- martes 19 de abril de 2011 - 12:00 AM
La mujer mentirosa de Chilibre
Hace un tiempo escribí sobre una mujer conocida como la mentirosa de Chilibre. Es una historia donde la desvergüenza, la hipocresía, la prostitución clandestina, la rapacería, toda junta y mezclada, se define perfectamente. De esa persona se cuentan tantas historias, pero es exactamente en el caserío de Chilibrillo, donde mejor se conoció de sus ruindades.
Esa mujer tenía una obsesión por aparentar y decir lo que no era, pues así había sido su madre y así eran las hermanas. Eso la condujo a querer tener plata a como diera lugar, se acostaba con hombres casados, con choferes de buses, cocaineros, hampones, con quien fuera, con tal de conseguir dinero; cuando percibía que la podían criticar, dizque lloraba y alegaba que lo hacía por sus hijos, pero ya todo el pueblo sabía lo que verdaderamente era, también sabían que su descaro, su libertinaje y su falta de dignidad eran las razones.
Un día, de súbito, se compró un carro, en este frecuentaba cantinas, bodegas, esquinas, cualquier rincón en donde hubiera fiesta, allí no cesaba de libar, hablar mal de quien pudiera y jurar venganzas, embriagada y amargada por sí misma. Cuentan que eran las oportunidades para ver a qué hombre podía llevarse a la cama y dicen que en su cara solamente se notaban ojeras agigantadas y que se enflaqueció por la mala vida que fascinada se daba. Se reían de las obscenidades que hacía, pero aún así, su mente no le daba para entender que cuando una persona está completamente enferma del alma, de envidia, de venganzas absurdas, de malos sentimientos, todo lo que hace, todo lo que desea, si es negativo, se le revierte y se le ahondan en la desgracia que ella es o sigue siendo.
Un análisis sociológico de esa mujer folclórica tiene que considerar el hecho de que sus padres apenas sabían escribir sus nombres. Ellos solamente le enseñaron a creer que si conseguía dinero a como diera lugar, entonces ella sería alguien; así creyó que no es necesario estudiar y que no es importante tener valores. Da tristeza que siempre le fuera imposible entender de razonamientos y que sus gustos vincularan escándalos, sinvergüencerías, mentiras, asquerosidades; pero gente así de indigna, se da golpes de pecho, alardea vanidades, sin fijarse en su enorme cola de paja y olvidándose de que sus acciones generan reacciones implacables y un asco infinito.
EL AUTOR ES ABOGADO