- martes 28 de abril de 2015 - 12:00 AM
El fundamentalismo antidemocrático
El fundamentalismo es tan peligroso en lo religioso como en lo político. En los momentos de crisis, la tolerancia y la cordura son la clave para alcanzar el entendimiento entre lo divergente. No es posible concertar con quien que cree que actúa inspirado por un designio mesiánico revelado o por creerse el dueño de la verdad, porque esto le impide aceptar o siquiera considerar las diferencias que mantiene con otra personas. Es cierto que ‘cada cabeza es un mundo', pero, por mandato impuesto por las leyes que rigen la libertad de lo que existe, estamos llamados a integrarnos dentro del todo universal. Contraría este principio el deseo enfermizo de diferenciarnos de los otros, a como dé lugar. Para nuestra desdicha, ese interés por ser ‘original', precisamente, termina haciéndonos más parecidos a los demás de lo que imaginamos.
El simple interés de no identificarme con el resto de las personas, no es suficiente para distanciarme de la sociedad. Es ese egocentrismo el que propicia que dentro del género humano, haya tantas subespecies como personas quepan dentro del planeta. Esta idea nos asegura a los descendientes del homo sapiens que llegarán a su final a causa de la imposibilidad de asegurar la continuidad del proceso biológico de reproducción de la especie.
La base del fundamentalismo antidemocrático es la consideración personal de que merecemos ser la excepción de cuanta ley se genere al creer que, como persona o grupo, está excluido de toda generalización, pues se sienten, creaciones de las que botaron el molde, al producirse el primer ejemplar.
Con dificultad, la democracia se adapta a los extremismos políticos. Si por sentir que tus ideas se ajustan a la verdad o que no necesitas de nadie, de seguro logras tu desmovilización por una vía muy fácil, propósito que el sistema persigue a costa de cuantiosos recursos y del bombardeo ideológico. Si crees que el gobernante se caerá porque irrespetas la ley y a las autoridades, estás equivocado. La democracia no la crea ni la Constitución ni la Ley: se construye día a día compartiendo con los demás lo mejor que uno tiene.
* Abogado y docente