El título se parece a aquellos que se usan para promover competencias deportivas. En verdad, alude al permanente forcejeo entre gobernantes y gobernados por lograr que se satisfagan las expectativas ciudadanas. El conflicto se produce cuando el gobernante se justifica diciendo que actúa en derecho, en tanto que molesta a la gente sentir que les incumplieron sus promesas de campaña.
En esta controversia, el Estado nos revela su poderío como estructura de control político. Diremos que es capaz de mantener la paz entre “ricos y pobres”, a los que formalmente promete un trato igualitario. Esta ficción es útil, pues logra disfrazar la permanente y verdadera controversia entre los intereses del “orden institucional ” y las aspiraciones de “la sociedad”.
El Estado democrático “invita” a los ciudadanos a participar sin distingos sociales en la conducción del Estado, individualmente u organizados. Sin embargo, el clientelismo y la corrupción han hecho que las mayorías desconozcan que integran grupos sociales contrarios a los intereses del poder, terminando convertida nuestra democracia en una farsa.
La Constitución prodiga legitimidad a las leyes, decretos y sentencias que se supone expresan la voluntad soberana del pueblo. Esto en apariencia es fácil de asimilar, pero lo cierto es que en realidad toda estructura constitucional se inspira en los principios y valores característicos del poder.
Para forzar al Estado a actuar en interés del pueblo, hace falta que los ciudadanos escojan a conciencia a “sus autoridades”. Pero, como validamos la idea de que el voto es una mercancía con precio “creciente”, los gobernantes saben que terminarán a una lejana distancia de la vista de sus electores.
Cómo se explica que el Estado tenga deberes que atender, y que nada ocurre si los incumple. Pero, con una orden estatal “ajustada estrictamente a la ley”, podemos perder el derecho a protestar, incluyendo sanción por desatender a la autoridad. Así ha terminado funcionando la política, al caer bajo el control del clientelismo y la corrupción.
Mientras no entendamos que esta brecha la alimentan los poderosos y, lo peor, que sigan comprometiendo el voto por una bolsa de comida, no esperes que seas considerado en serio cuando le toque tomar decisiones al presidente, diputados, alcaldes o representantes.