No se habla de otra cosa en la calle que de la difícil situación económica que enfrentan a diario los panameños. Si el gobierno pretende terminar bien, será mejor que fije prioridades en lo económico. El chenchén en el bolsillo fue la promesa que los hizo ganar las elecciones y no pueden ni deben desenfocarse del objetivo que les dio el triunfo en mayo pasado.
La brillante idea de poner a Felipe Chapman al frente del Ministerio de Economía y Finanzas fue con el objetivo de enviar señales correctas a los mercados internacionales con respecto a hacer las cosas bien. La mala fama precedida se constituye en uno de los mayores retos de esta administración, dado que al grupo político afín al actual gobierno se le confiere en el pasado notas altas en el desempeño de la economía, pero muy bajas en cuanto a honradez y transparencia.
Dicho de otra forma, la experiencia previa en la administración 2009-2014 dejó sensaciones estimulantes en cuanto al crecimiento económico, pero muy deficiente con relación a lo correcto y lo sostenible. El recuerdo grato de la bonanza económica de aquellos años era sostenido por la corrupción institucionalizada, la que hizo millonarios a mucha gente que recurrió a comprar apartamentos por docenas, autos de alta gama, relojes suizos, casas de playa, además de terrenos y fincas para lavar el dinero mal habido.
La masiva compra de propiedades y artículos suntuosos hizo caer el dinero en cascada, representados en restaurantes repletos y de comercios facturando a dos manos, al tiempo que el boom de la construcción se erigía como la industria que permearía la riqueza obtenida durante esos años. El problema vino después, cuando no había a quien vender ni quien pudiera comprar.
El chenchén continúa inalcanzable al tiempo que los mensajes de optimismo resultan muy racionales. Este diciembre será el primero en muchos años que no habrá un muñeco de Ricardo Martinelli en Chame para prender en Año Nuevo.