Viejo y pendejo

Basilio no captaba el mensaje del refrán que dice ‘Cada oveja con su pareja’. Tenía años de estar solito, porque sus tres primeras mujer...
  • martes 05 de noviembre de 2013 - 12:00 AM

Basilio no captaba el mensaje del refrán que dice ‘Cada oveja con su pareja’. Tenía años de estar solito, porque sus tres primeras mujeres lo habían dejado por razones diversas, todas relacionadas con males de allá abajo. Pese a este expediente tan poco alentador, a Basilio se le antojó creer que a sus 60 años le había inspirado amor verdadero a Lilí, de apenas 32 calendarios. ‘Mira, Basilio, que lo que viene bajando es queme’, le decían sus amigos y familiares, pero él no hizo caso y se casó con la pelaona, a quien en la misma noche de bodas la atacó la clásica jaqueca, de manera que él empezó su matrimonio con la primera baja. A la semana, se enfermó el abuelito de Lilí y tuvo que irse un mes al interior a cuidarlo, dejando al pobre marido acá en la ciudad, solito y con frío, pero trabajando como un burro porque tenía que sumar puntualmente la quincena para ella y sus tres pelaos. ‘Él quería mujer, bueno, que sude, que sepa la parte mala también, cree que nada más es sexo’, les repetía ella a quienes trataban de hacerla reflexionar sobre la injusticia que estaba cometiendo, aunque lo cierto era que al infeliz no le daban casi nada, pero él sí tenía que dar la plata y bastante. Tras un año de matrimonio alcanzaban los dedos de las manos, y sobraban, para contar las veces en las que el hombre disfrutaba a su mujer, quien no sabía que él llevaba en su computadora un registro de cada encuentro, con fecha, hora y duración. ‘No quería, casi tuve que obligarla bajo amenaza de que no le daría plata en la quincena’, decía una leyenda que aparecía al final de las característica de cada encuentro. En silencio le dio dos meses de plazo a ver si la cosa mejoraba, pero en ese tiempo solo añadió dos registros más, también con una rogativa más plata extra. Cumplido el plazo decidió ir donde un brujo que atendía por La Bajada del Ñopo, adonde llegó tempranito y nervioso. Fue el primero en ser atendido, soltó una perorata, le enseñó el registro en la computadora y hasta lloró mientras el oyente arqueaba las cejas en señal de incredulidad, casi como diciendo oiga el hombre pa’ pendejo. Salió de allí recetado y entró a la casa fingiendo que batuteaba. Esto le provocó alguna gracia a su mujer, quien sonrió tan espontáneamente que él pensó que ya las oraciones del brujo estaban haciendo efecto. Enseguida puso la música que el haitiano le había dado, pero una hora después ella la quitó argumentando que la ponía nerviosa. Mientras esperaba ansioso el resultado, se bañó y en ropa interior empezó a batutear con un palo de escoba por toda la sala, pero esta vez ella no sonrió. Se encerró en la recámara y cerró con llave para que él no entrara a ‘molestarla’. El rechazo creciente de ella lo hizo regresar donde el brujo, pero ya este había clausurado el negocio. Volvió a su casa desconsolado y mucho antes de la hora habitual. Sus pequeños hijastros le dijeron que estaban solos porque su mamá había tenido que viajar. Presintiendo lo peor, empezó a preguntarles desesperadamente, pero los chiquillos no sabían adónde se había ido su mamá. Media hora después entró a la recámara solitaria, donde había una nota de Lilí que decía: Verte batutear me trajo recuerdos de un viejo amor, me voy con él porque todavía lo amo. Te dejo los pelaos por un tiempo.

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