Los tres jodidos

La lengua de la mujer adúltera es, según la Palabra, como un hueco profundo, cae en él, el que Dios quiere castigar.
  • domingo 11 de mayo de 2014 - 12:00 AM

La lengua de la mujer adúltera es, según la Palabra, como un hueco profundo, cae en él, el que Dios quiere castigar. Eso lo olvidó Adolfo cuando conoció a Pandora, quien una tarde le dijo papi. La palabreja lo dejó aguadito, desencuadernado emocionalmente y perdido en la nebulosa del amor malo. ‘En mis 45 años nunca me habían dicho así’, le dijo él sonreído a los amigos, y ya la sonrisa no se le borró más. Hasta dormido se le nota la felicidad, decían los allegados, y otros comentaban que nunca había rendido tanto en el trabajo. Cuidado y lo bajan de allá de un pepazo en el alma, le dijo un amigo para prevenirlo, pero Adolfo, que parecía ignorar lo seductora que es la lengua de la mujer ajena, contestó que Pandora lo amaba mucho y que pronto se mudaría con él. ¿Y el marido?, preguntó el necio. Ahora el marido soy yo, el otro, pobrecito, ya es un periódico de ayer, respondió sin perder la sonrisa.

Así, sonreído de oreja o oreja, lo hallaron Pandora y Jaime, en la cafetería de la empresa. Se sentaron casi frente a él, que soltó su taza de café y, poco a poco, los labios fueron juntándosele hasta formar una mueca que más parecía un rictus de muerte. Esa misma tarde supo, por boca de ella, que ahora el bellaco era Jaime, con quien sí, le dijo ella misma, pensaba mudarse muy pero muy pronto. Enseguida se transformó, se le acabó de un tirón todo el gas, y también las energías para trabajar; ahora deambulaba por los pasillos con las manos en los bolsillos y la mirada llorosa y perdida. Daba mil rodeos para no encontrarse con los nuevos enamorados, a quienes empezó a llamar esos. Una, muy experta en dolores de esa índole, le dijo que no fuera pendejo, que hablara con el marido de Pandora y con la mujer de Jaime, que entre los tres le dieran una tunda a los dos, por traidores. ‘Yo no le voy a pegar a ella, pero a él lo voy a pulverizar, que Dios lo agarre confesado, porque no sabe con quién se metió’, fue la respuesta de Adolfo e hizo las llamadas necesarias; pronto formó la comparsa que él llamó Los tres jodidos, pero nunca le dijo al marido de Pandora que él también era una víctima de la bella.

Avisados por Adolfo llegaron el marido oprimido y la esposa ofendida. Se juntaron con Adolfo en la entrada y en pandilla le cayeron a Pandora y a Jaime, a los que encontraron hablando, sencillamente hablando. Al primer ataque, Jaime argumentó que Adolfo era un calumniador, que llevaba días rumorando que él y Pandora eran unos infieles, lo que a ninguno le había pasado por la mente jamás. Era lo que los otros querían oír. ¿Cómo se le ocurre, papi?, decía la quemona mientras acariciaba la calva deshonrada. Adolfo iba a reclamar cuando todos, incluso Jaime, se fueron contra él. Tuvieron que recogerlo casi que desencuadernado, pero ahora físicamente. Le tocó ver a las dos parejas salir felices, y oír que estaba despedido por calumniador.