Sorpresota
- martes 20 de mayo de 2014 - 12:00 AM
En este singular Panamá, donde vive mucha gente feliz y donde cualquiera cree que tiene el perfil para ocupar una silla en la 5 de Mayo, también vive un montón que cree que hasta el martes es buen día para soltar hasta la más impensada lujuria.
El carismático y agraciado Enós se levantó ese día con la firme decisión de pasar la página.
Pese a sus atributos físicos, que habían inspirado a varias a decirle en su cara y a ‘rejo pelado’: ‘Cuando esté medio solito y con ganas de tibiecito, aquí está este cuerpecito’, lo habían cambiado dos veces, en ambas ocasiones por dos más feos que una letrina desbordada, por lo que él quedó en un estado emocional deplorable y se le iban las horas de cada día buscando las razones que provocaron el ‘salto’ de cama de sus mujercitas.
A las tres pensaba que lo dejaron por bajo rendimiento sexual, y tres minutos después llegaba a la conclusión de que había sido porque nunca se puso el delantal; media hora más tarde, | cambiaba de idea y se mortificaba pensando que de seguro había sido porque él no comía conservas ni comida chatarra o porque no bailaba salsa.
Preocupado porque estas conjeturas fueran a volverlo loco, salió dispuesto a romper su promesa de no volver a tocar a ninguna mujer.
La oportunidad le cayó enseguida, una pelaíta semidesnuda lo atacó por debajo, dizque por causa de un tropezón, lenguaje que él entendió y la invitó a bailar y a pintear.
No supo de dónde sacó los pasos, pero creyó haberlo hecho bien, porque la chiquilla le preguntó si era quisqueyano. De allí, la pelá pidió ir a otro sitio más privado.
Como quieras, le dijo Enós y partieron, dispuestos a darle al cuerpo lo que por ley le corresponde. Me gusta hacerlo con la luz apagada, exigió la chiquilla, pero Enós opinó lo contrario. Me gusta ver lo que me como, advirtió él, e intentó quitarle la blusa.
Forcejearon. La pelá se defendió con tanta fuerza que Enós le gritó ¡hey!, tú tienes fuerza de obrero; no obtuvo respuesta verbal, pero de un solo manotazo ella lo tiró en la cama y apagó la luz.
Dispuesto a demostrar que él era quien mandaba, se levantó a encenderla. Estaba de espaldas cuando sintió el madero y tuvo conciencia de las malas intenciones.
Coño, me traje para acá a otro macho, pensó, y se volteó rabioso y dispuesto a defender lo suyo. Tuvo que pararse como Piñango, porque ‘la mujercita’, aunque flaca, tenía una fuerza tan descomunal que estuvo a un tris de lograr su objetivo.
Una trompada contundente en la barbilla mandó a la supuesta dama al piso, lo que aprovechó Enós para recoger su suéter y su pantalón. Salió del hotel descalzo y sin cartera, pero con el chiquito a salvo. ‘Casi quedo jodido’, pensó toda la noche.