Sin malicia
- lunes 02 de febrero de 2015 - 12:00 AM
Augusto creció consentido por las tías y la madre, quienes lo criaron convencido de que era lo más bello del planeta y que había que rendirle pleitesía. ¿Cuántas novias tienes?, le preguntaban cuando apenas era un bebé, y con esta dinámica se fueron hasta que el chiquillo aprendió a señalar con las dos manos, luego lo enseñaron a contestar un montón, de manera que la irresponsabilidad e ignorancia de las damas lo convirtió en un mujeriego empedernido que no respetaba a ninguna.
A la par de esta anomalía surgió otra, su primera relación fue con una viuda que solo había estado con el difunto; la amable mujer le dijo qué grandote, a ver si puedo. Esto fue suficiente para que Augusto se creara una fama de superpoderoso. ‘Soy poderoso en la cama, tengo arte, sabor, tamaño y potencia, por eso ninguna quiere dejarme, me da igual si le tumbo la guial a cualquiera, etc.’, decía cuando los asuntos sexuales eran el tema de conversación entre los compañeros de trabajo.
Era larga la lista de víctimas, algunas habían quedado divorciadas, otras sin la custodia de los hijos y había también una minoría afectada levemente por haber caído en los brazos de Augusto, de las que muchas dijeron que no era como pregonaba él en su fama barata. ‘Ni es grandote ni tiene ese arte que asegura tener’, señalaban en voz baja las que tuvieron la valentía de reconocer ante otros que le habían comido cuento a Augusto.
Cuando al barri o se mudó una nueva familia, los comentarios masculinos surgieron enseguida. Algunos decían, bien lejos de sus mujeres, que una de las recién mudadas estaba como se las había recetado el doctor. ‘Es una muñequita curvilínea’, aseguraban los machotes, quienes debatían si la hermosa, que luego supieron, porque lo averiguaron, que se llamaba Belkis, era la hermana o la mujer del único varón de la casa. Si es la hermana, tenemos esperanza, si no, nos jodimos, pregonaban los interesados en las curvas de Belkis, que pronto, al igual que la otra dama, hicieron amistad con los vecinos. Así se supo que Belkis era la esposa del hermano de Amaranta, quien era más entrona y más conversadora.
‘Nos jodimos, la guial está muy buena, pero tiene compromiso’, dijeron los interesados. Y Augusto gritó ‘a mí me vale que tenga marido, a ese flaco amarillento lo voy a poner a probar el sabor del cacho’. Los oyentes quisieron prevenirlo, le decían que la muchacha no daba señales de sentirse atraída por él y que parecía una mujer seria, pero Augusto dijo que él la había descubierto en el minisúper mirándolo mucho, y que tenía el número del celular de ella porque la misma Belkis, aparentemente a propósito, se lo había dictado a la señora que vendía casagrande.Yo lo apunté y ya la llamé varias veces, dijo Augusto, quien días después comentó que había recibido un chat de la bella invitándolo a ir a la casa de ella, porque el marido andaba por el interior. Uno de los amigos, que era muy malicioso, le advirtió que tuviera cuidado: Ten cuidado, no sea que el chat lo haya escrito Amaranta, la cuñada, o quién sabe quién. La reacción de Augusto fue violenta y lo tildó envidioso, pura envidia porque le gusté a la muñequita curvilínea, le decía, sin embargo, el otro insistía en que tuviera malicia y que averiguara bien antes de presentarse al hogar ajeno.
Yo voy porque voy y porque ella misma me mandó a buscar, afirmó Augusto, y apenas anocheció tocó la puerta de la vivienda ajena. Le abrió el mismo flaco, a quien el visitante no pudo explicarle a qué iba, por lo que el de pocas carnes lo fue ubicando a punta de puñete. De allí lo sacaron medio muerto los vecinos, y cuando Augusto volvió del hospital supo que el chat lo había enviado Amaranta, para joderlo por andar pregonando que quería tumbarle la mujer a su hermano.