Quítenlo de mi vista

La capilla del pueblo estaba abarrotada
  • viernes 10 de febrero de 2017 - 12:00 AM

La capilla del pueblo estaba abarrotada; muchos habían llegado al lugar atraídos por el morbo de ver el encontronazo entre la viuda Beatriz, y Victoria, de quien se decía que era amante del muerto dos años antes de que él se casara. Al mediodía del día anterior, el corazón de Eduardo, el infiel, lo traicionó y lo dejó regado en el trabajo.

‘Nuestro hermano, compañero, amigo y camarada, Eduardo, tenía las más valiosas cualidades', dijo el encargado de la oración fúnebre ante los dolientes, curiosos y otros que habían aprovechado el suceso para no ir a trabajar el viernes.

Hizo una pausa para sacar una toallita y tras secarse el sudor gritó: ¡¡¡¡¡Eduardo se despide hoy del mundo, pero se va con la frente en alto y seguro de que conoció y disfrutó a plenitud lo que muchos de ustedes, hermanos míos, usted y usted, dijo y señaló sin rumbo fijo, no conocen: ¡¡¡El finado sí supo lo que era fidelidad, por lo que les pido que lleven ya a descansar a este santo!!!

Sentada en las primeras bancas del templo, la viuda Beatriz se mordía los labios para contener las lágrimas de rabia mientras miraba a Victoria, que estaba sentada cerca, pese a que ella había intentado quitarla por la fuerza de allí.

‘Por gusto estás sentada allí, no creas que vas a poder verlo, tendrán que matarme', mascullaba Beatriz mientras la otra le suplicaba que la dejara verlo solo un ratito.

‘El hombre que ahí yace acostado en esa caja dorada era hombre de una sola mujer, su viuda Beatriz', aseguró el hablante.

‘Narcisito, fíjate si el que está en el cajón es tu tío', le pidió la viuda a un chiquillo que miraba atento a las dos mujeres para saber cuál derramaba más lágrimas. El muchachito se levantó y con cuidado ojeó dentro del féretro. Regresó contento donde la viuda y le dijo bajito: ‘Ese mismo es, pero está como bravo'.

Victoria se levantó, pero Beatriz la sentó de un manotazo.

Desesperada, la amante se echó a llorar y quiso arrodillarse, pero unas manos bondadosas se lo impidieron.

‘No entiendes que tendrán que matarme antes', le aseguró. Ambas se calmaron, pero en eso, por una puerta lateral entraron, llorando a gritos, una adulta y cuatro chiquillos. La viuda la reconoció de inmediato y sintió que por fin podía vengar, segundo a segundo, los 25 años de rabia que esa mujer también la había hecho sufrir. Se levantó y se abrazó al ataúd para impedirles siquiera el gusto de verlo por última vez.

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