Qué suegra

 Con la autorización de Amapola, Heraclio se casó con Reina, quien resultó experta en la cama
  • jueves 06 de octubre de 2016 - 12:00 AM

A cualquiera le quitan la mujer, ese caso ya es del día a día, pero a Heraclio le tocó duro. Su desgracia comenzó cuando conoció a Reina, una tentación de mujer dos décadas más joven que él. Le pidió matrimonio enseguida y no se retractó pese a que ella le dijo que prefería una relación de amantes. ‘No, yo la quiero en mi casa y dispuesta para mí las 24 horas del día', le dijo Heraclio, pero ella pidió un tiempecito para ‘consultarlo' con su madre, Amapola, una doñita tan guapa y buenona como ella. La mujer, que tenía ojo fino y mente lúcida para los negocios, pidió todos los datos de Heraclio, y le aconsejó a la hija que se casara, que un hombre de 45 años demora en apagarse. Cuando supo que Heraclio tenía un hijo de la misma edad de Reina, pidió conocerlo, lo que no fue posible porque Heraclito andaba de viaje. Lo vio en fotos y dio su bendición para el casorio: ‘Ese tipo es ñaño, así que no hay peligro de que te enamores de él y quemes a tu marido, no se te olvide que ninguna de las 54 mujeres de tu familia ha sido infiel y tú no puedes romper ese récord'. Con la autorización de Amapola, Heraclio se casó con Reina, quien resultó experta en la cama, todo lo contrario a lo que le había hecho creer. ‘No eras nada señorita', le reclamó tiernamente Heraclio, pero Reina se soltó en una larga explicación sobre un accidente ocurrido mientras ella jugaba con las primitas sobre una hoja de zinc, allá en los riñones de El Chirriscazo. A Heraclio le resultó falsa la excusa, porque con la primera esposa le pasó igual, ella le aseguró que era doncella y luego él descubrió que no era así, esa vez la bella explicó que había perdido el honor en un juego con las primas, un sogazo mientras saltaban soga mandó al carajo la débil telita guardiana de la cuca.

‘El hombre verdaderamente enamorado no repara en esas pendejadas', pensó Heraclio y siguió su ardiente luna de miel que continuó como tal hasta que su hijo Heraclito regresó del viaje y su presencia le bajó la virilidad al padre, porque ya no podía tirarse a Reina en la sala o en la cocina, que eran los lugares preferidos por ella. Además de las restricciones, Heraclito trajo tantos cuentos del viaje que se quedaban conversando hasta tarde. Al término de las largas charlas, Heraclio quedaba vuelto leña y la cama solo le parecía para dormir. Llevaba una semana en ese descanso cuando se despertó a media madrugada y notó que su mujer no estaba en la cama. Vio luz en el baño y la puerta de este cerrada, por lo que pensó que Reina estaba allá, y se durmió de nuevo, pero dos días después se repitió el hecho, esta vez no se entregó al sueño, la esperó un rato, casi media hora. Entonces, se levantó y abrió la puerta del baño, temeroso de que su amada estuviera desmayada. Creyó que su hígado completito se desprendía y viajaba hasta su garganta cerrándosela toda, porque Reina no estaba allí. Corrió despavorido hacia la puerta, pensando que ella se había ido, pero unos quejidos que reconoció enseguida lo paralizaron otra vez. Y se quedó estático, ni respiraba para escuchar mejor; dos o tres o cinco segundos estuvo así hasta que recuperó la movilidad. Y caminó como el cangrejo hasta la cocina, donde los vio tirándose un coito majestuoso: Reina en posición perruna, mientras Heraclin la penetraba con el ímpetu de su edad. La mesa de picar las legumbres vibraba con los movimientos de su esposa e hijo, pero ninguno lo vio. Salió directo a la casa de Amapola, a reclamarle la falta de lealtad de la hija, pero la rabia se transformó en llanto, y la suegra le puso el pecho para consolarlo. ‘Si esta le sirve de consuelo, pues, es todita suya', le dijo Amapola cuando Heraclio dejó la llantarria…