Pobre platuda
- sábado 03 de diciembre de 2016 - 12:00 AM
Lina llevaba once meses soñando con ese día, desde que la mandamás del club anunció que apenas saliera su cachero, ella instalaría una silla debajo del árbol de mango donde les entregaría a cada socia su esperado ‘ahorro navideño'. Apenas entró diciembre se desvelaba pensando en la hora en que le dieran ese platal, se veía caminando por un centro comercial en abierta lucha para que no se le cayera ninguno de los numerosos cartuchos de las compras. Su marido, Gilberto, le preguntó adónde iba, y ella le contestó que a sacar una cita médica. ‘Ve con cuidado', le dijo él, y ella se sentó callada en la terraza a esperar que la mandamás del club sacara la silla y la pusiera debajo del mango. No parpadeaba siquiera para no perderse el momento mágico tan esperado. ‘Más o menos mil y pico', les había dicho el día anterior la tesorera a las preguntonas, quienes quisieron saber cuánto era el pico, pero la mujer las dejó con la palabra en la boca. Según los cálculos de Lina, el pico lo utilizaría para hacerse unas mechas californianas que le quitaran los diez años que le llevaba a Gilberto.
Vio pasar en ese momento a las otras vecinas, cada una con su marido, y se felicitó por no haberle dicho al suyo que por ese día ella sería una mujer platuda. Pensaba comprarle unas zapatillas y ropa interior, porque el hombre se había fajado con el molino en las incontables tamaladas del club. Por fin vio pasar el carro del cachero de la mandamás, y enseguida la vio a ella colocando la silla azul. Iba a cruzar cuando en tropel llegó a su casa una jauría que perseguía a una perrita nada atractiva para la vista humana, no así para los canes que se enfrascaron en una batalla sin nombre por la posesión de la pulgosa. Preocupada porque la bulla despertara a Gilberto, Lina trató de ahuyentarlos con una escoba. Fue peor, un can se desesperó y ladró con ánimo de macho exaltado. Gilberto se despertó y salió a ver qué pasaba. Vio el gentío en la casa del frente y supo enseguida de qué se trataba. Agarró del brazo a su mujer para acompañarla a recibir los ahorros navideños.
‘Esto para arreglar el techo, esto para el pavo, esto para sacar el anillo que empeñamos para irnos a carnavalear, esto para una muda de ropa para cada uno y esto para poner un negocito, una venta de estrellitas de Navidad', dijo Gilberto ante la atónita Lina, que le arrebató el botín y le gritó:
‘Esa es mi plata, mía porque yo la trabajé durante onces meses, así que no dispongas nada si no quieres que aquí se acabe el mundo'. El marido quedó, como dicen los chiquillos, congelado, pero reaccionó cuando ella abrió la puerta mientras gritaba ‘me voy a comprar ropa'. De un solo halón le quitó el dineral y le gritó que ‘ya estaba bueno de ser cabeza hueca, que por eso el pobre siempre es pobre y el rico más rico, porque apenas tenemos un real nos vamos a gastarlo, mientras que el rico lo invierte'.
‘Tu madre y tu abuela lo invertirán, pero yo me voy a gastarlo porque la plata es para eso, para usarla', gritó Lina, y a su marido le supo feo que nombrara despectivamente a sus familiares.
Cabreado le gritó ‘por eso fue que tu papá murió en la podrida, porque nunca tuvo inteligencia para trabajar la plata'. A Lina se le vino el mundo encima al oír el insulto a su difunto padre, y le lanzó lo que tenía más cerca: un martillo que cayó sobre la boca de Gilberto y le arrancó de cuajo los frontales.
Se formó el trepaquesube, vinieron los tongos con su papelón. A Lina le tocó negociar con su marido la reposición de los dientes perdidos, para lo que debe esperar un mes, y él le pidió el resto de los ahorros navideños como indemnización porque tendrá que pasar gacho las fiestas decembrinas.