Pegado a la camilla…

Cuando Alberto supo que Brenda estaba en la capital se llenó de inquietud
  • martes 01 de noviembre de 2016 - 12:00 AM

Cuando Alberto supo que Brenda estaba en la capital se llenó de inquietud. Su mente divagó en busca de la excusa perfecta para que ‘Teo', su mujer, le permitiera pasar la noche fuera. Pensó en inventar que habían traído de urgencia al abuelo Cleto, residente en Sagrejá, allá en el mero riñón coclesano; o que a la tía Gertrudis o al tío Lencho le había dado un dolor macho en las piernas artríticas, razón por la que el familiar venía en ambulancia rumbo a la capital, donde él lo recibiría y acompañaría toda la santa noche; cualquier solución hallaría, menos perderse esa visita de la suculenta Brenda, quien había viajado a la ciudad a comprar adornos patrióticos para decorar las escuelas rurales.

Antes del mediodía ya tenía listo el plan. Mejor era enfermar al abuelo Cleto, quien, en la última visita de Alberto con su mujer y su familia, allá al campo donde vive el don, había cruzado palabras fuertes con ‘Teo' porque al viejito le parecía incorrecto que una mujer casada usara pantalones refajados. ‘Anda enseñando la capilla y todo lo demás, eso no es de ahí, la mujer casada debe usar trajes una cuarta debajo de la rodilla', aseguró el don y a ‘Teo' no le hizo ninguna gracia, por lo que no quedaron en buenos términos. Ese disgusto le aseguraba que su esposa no haría viaje para el hospital a comprobar la estancia del abuelito en ese lugar. ‘Supieras, mami, que trajeron bien malo a mi abuelito Cleto, fue a bañarse al río, resbaló y se descalabró, yo voy ya para el hospital, así que no me esperes, mami, yo voy a estar toda la noche pegado a la camilla, cuidando a mi abuelito', le dijo una media hora antes del momento en que habitualmente pasaba a buscarla. ‘Teo' aceptó la excusa y solo dijo ‘dale'. Y como pasa con las mentiras, el propio Alberto se sorprendió al decir ‘jo, sí es jodida mi mujer, mira que ni siquiera preguntó por la condición de mi pobre abuelo'. Pasado ese cortocircuito de su memoria, Alberto llamó a Brenda, quien ya había recorrido todo Salsipuedes en las compras. Se dieron un abrazo y por ahí mismo se mandaron a guardar. Ambos se olvidaron por completo del hambre que sentían minutos antes. Llevaban dos horas en el tiro y tiro cuando, allá en la casa de Alberto, ‘Teo' sintió remordimiento y, temerosa de que diciembre la hallara limpia por estar de rencorosa, llamó a su marido para saber del viejito. ‘Pásamelo, que quiero saludarlo', le dijo, pero Alberto gritó: Imposible, lo están canalizando para pasarle antibióticos'. ‘Dile la verdad, si eres macho de verdad, dile que estás aquí conmigo', le decía Brenda mientras le acariciaba la entrepierna, pero Alberto no le hizo caso y siguió apretándole las tetas majestuosas. Media hora más tarde llamó ‘Teo' con la petición de hablar con don Cleto. Nuevamente, Alberto dijo ‘imposible, está dormido'. La segunda negativa hizo sonar las alarmas en la mente de la esposa, que recordó en ese momento que el viejito tenía un celular gallito. Ella misma, en los Carnavales pasados, le había dado clases para que aprendiera a llamar y a contestar, lecciones que el don sacó con éxito en dos días. Marcó enseguida, el aparato sonó varias veces, pero no le contestó. Repitió la operación otra vez y ahora, al cuarto timbrazo, el don respondió: Aló, habla, Cleto Rojas, el de Sagrejá. ¿Cómo se siente?, le preguntó inocentemente ‘Teo'. ‘Toy mejorcito, y allá cómo tan, póngame a mi nieto que quiero saludarlo'. A la esposa le subió la revolución y llamó al marido: ‘Baja ya o subo a esa habitación y tasajeo a esa zorra', le gritó. Alberto, novato en infidelidad, se llenó de susto y se lanzó desde donde estaba. La ‘Pelona', amiga de los quemones, no quiso recogerlo, y le facilitó una caída pausada, pero quedó descalabrado, con muchos huesos rotos y la mente clarita para enfrentarse a su enfurecida esposa.