Palabras que matan
- domingo 03 de julio de 2016 - 12:00 AM
Ceferino sonreía de oreja a oreja cada vez que alguna pasajera le decía al bajar: Gracias, joven, que tenga un buen día, joven, lo felicito joven, usted maneja con precaución. La palabrita, corta pero poderosa, le subió el ánimo al transportista, quien llegó a su casa pechón. Pidió su almuerzo y la esposa sacó un pollito blanco acompañado de unos macarrones también pálidos. ‘Nombe, no, cámbiame eso y dame comida normal, esa dieta se acabó para mí', le dijo a la abnegada esposa, que le recordó con cariño: Viejo, recuerda que el doctor te prohibió la comida muy condimentada, viejo. La reacción fue un puñetazo en la mesa, acompañado de carajazos e insultos para el galeno. ‘Allá él que ya está viejo, yo no, así que deme comida decente', le exigió a la mujer que tuvo que poner otra vez la olla y cargar la salsa de cuanto colorante encontró en la tienda. ¿Y por qué no me trajo la sodita que le pedí?, reclamó cuando la sometida regresó. ‘Ay, viejo, usted tiene allí su agua de berenjena, esa es la que debe tomar, recuerde que el doctor dijo que…'.
No pudo terminar de hablar porque el marido golpeó la jarra y derramó el agua morada, la acción la adornó con un par de coñazos e insultos al suegro: Viejo es tu papá, ese sí está para el tigre, oíste, a ese ya hay que enterrarlo porque está pasado, etc. Y decidió seguir su ruta, porque, según él, a veces las mujeres se ponen tan insoportables que no las aguanta ni el mismo diablo. Había recorrido más de la mitad del trayecto cuando una pasajera preguntó antes de subirse: Señor, ¿pasa por la calle de los jubilados? No le dio la gana de contestarle, por lo que la usuaria repitió la pregunta amablemente: Señor, pasa por la calle de los viejucos. Y encorajinado todavía con su mujer se desquitó con la pasajera y con un saco de grosería le gritó ‘ese letrero dice que yo paso por esa calle' fingía que preguntaba mientras señalaba el cartel frontal. No, no dice, contestó la mujercilla sin perder la serenidad. ¿Entonces, si no dice para qué preguntas?, volvió a gritar Ceferino, perdida toda la compostura.
De atrás se oyó la voz femenina: Vea, eso, viejo amargado, por qué no te quedaste en tu casa si tienes pereza de trabajar. Fue como si le hubieran halado los gemelos. Se levantó a sacarse la ira y caminó hacia la mujer que le había dicho vétero. Iba dispuesto a pegarle a la muchacha, pero en el camino salieron varios paladines, todos con ganas de calentar la mano. Se enfrascó con un par de barrejobos que a nadie lastimaron; un policía que viajaba en el bus, cuando vio que lo estaban sonando duro, amenazó a los insurrectos con sacar su arma de reglamento si volvían a tocarle un pelo al pobre viejo. ‘Ese anciano no aguanta la mano de ustedes, por favor', pidió el tonguito, y avisó que el conductor solicitaba que se bajaran todos, que el bus tenía un desperfecto. Algunos mal educados le echaron leña al fuego gritándole: viejito, dale chance a otro, ya tu tiempo pasó. Regresó a su hogar convencido de que eso de joven era un piropo que ya no le caía a él.
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Añoso: Cuidado, ese don ya no aguanta ni medio asalto.
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Antipático: Sal de la vía, tu tiempo es cosa del pasado.