El país de los feos
- martes 12 de junio de 2018 - 12:00 AM
Don Pacho llevaba días cabreadito de los inquilinos a los que, contraviniendo todas sus normas, les había alquilado una casita sin pedirles adelanto ni depósito ni nada, consideró él que Roque y su familia estaban recién llegados a este país y habían salido del suyo porque allá ya no tenían dónde comprar ni comida ni otros productos para las necesidades básicas. Y cuando supo que Roque estaba desempleado le ofreció su taxi para que fuera resolviéndose mientras conseguía un empleo fijo, hasta el papeleo de la licencia y otras necesidades le cubrió porque le parecía que eso era lo prudente: darle la mano al necesitado.
Ahora que los tenía de inquilinos, don Pacho andaba con la inquina metida en lo más profundo desde que oyó a Rita, la mujer de Roque, decirles a los otros inquilinos que todavía no había visto ni un hombre guapo en este país, que todos era feos con f mayúscula, y añadía petulante: feos, prietos, indios y chaparros, y no solamente ellos, las mujeres de aquí no tienen ni un diostesalve, ninguna que pueda competir conmigo. Ese día, por caballerosidad, no le dijo nada, pero como ese era el cuento de todos los días, la próxima vez que la oyó hablando y burlándose de los feos, la paró en seco diciéndole: ‘No se le olvide, doñita, que la ingratitud es hija de la soberbia, y la soberbia no es grandeza, sino hinchazón, y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano'.
La mujer se metió en el cuarto enseguida, y aprovecharon las otras inquilinas para contarle a don Pacho todos los comentarios que Rita expresaba de los panameños, incluido él, sus hijos, nietos, sobrinos: ‘Habla horrores de ustedes, todo sobre el físico, nunca se le ocurre contar que ustedes son trabajadores y organizados con su plata, en estos días pasó la tarde entera burlándose de su ojo bizco, aseveró que ella no podría ni tenerlo cerca a usted porque vomitaría hasta los intestinos.
El cuento le golpeó el ánimo a don Pacho, y preguntó débilmente si solo Rita era la criticona o si Roque también la secundaba. ‘Los dos son igualitos, el marido les preguntas a todas las blancas que suben a su taxi ‘¿eres extranjera?', y si le contestan sí, enseguida comenta: ‘yo también, soy de …, los extranjeros siempre nos distinguimos por nuestro porte y nuestro físico, somos muy diferentes a la tanda de negros y cholos que hay aquí, a este país yo lo llamo el país de los feos, etc.'.
Don Pacho sintió que le machacaban con un martillo los testículos y salió en su carro a rastrear a Roque que estaba exprimiendo el taxi casi 20 horas diarias; lo halló tras dos horas de búsqueda, y lo bajó a la fuerza. El bello mostró mucha extrañeza cuando don Pacho le pidió que se bajara del carro y le diera las llaves, e intentó calmarlo con esa amabilidad falsa con que siempre le hablaba, pero el viejo estaba cabreado y a viva fuerza lo bajó del carro. ‘Prueba la fuerza de un feo, para que se te quiten las ganas de andar de vanidoso mientras te sirves de los feos, y antes de que se acabe este día me desocupas la casa, y no me pagues ni medio centavo, con esa plata paga el camión de la mudanza y te largas junto con tu mujer, ni un día más en la casa de los feos, ni un minuto más', le gritó Pacho al sorprendido Roque, que le tocó pagar un taxi para volver a su alquiler, y halló a Rita en el patio con las vecinas diciéndoles en un alarde de ignorancia: ‘Mi sobrina primero quería enredarse con un cholito, luego con un chombito capitalino, pero yo le halé las orejas recordándoles que no podemos atrasar la raza'.
Quiso callarla, pero ya don Pacho la había escuchado, y para desahogar la ira entró a la casa y empezó a sacar los enseres y los apiló en el patio ante la mirada atónita de Rita y de Roque.
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Nada se olvida más espacio que una ofensa, y nada más rápido que un favor.