No hay trueque
- lunes 19 de noviembre de 2012 - 12:00 AM
X iomara preparaba un sancocho para su marido cuando lo oyó decirle chao. Volteó a ver sorprendida y sintió que el estómago le subía entero a la boca. ‘¿Y esa maleta, mi vida?’, le preguntó con voz temblorosa.
Alberto, el marido de Xiomara, no se tocó el corazón para contestarle y ofendió la palabra piedad cuando le soltó la respuesta: ‘Me voy, tú sabías bien, bien, que yo tengo otra mujer’. Y caminó hacia atrás para darle un beso a la hija menor que jugaba en el piso con una sonajeta. Luego le acarició la cabeza a la mayor que aún dormía y se fue. Casi al atardecer se le acabaron las lágrimas a Xiomara, quien las secó con el dorso de la mano, y luego esperó a que la brisa secara las pocas que todavía salían, débiles, impotentes e inútiles.
‘Nunca más’, dijo cuando acabó de secar su rostro y se levantó a encender las luces. Y se sentó a elaborar un listado de sus habilidades hasta que descubrió que se dedicaría a hacer artesanías para sacar adelante a sus hijas.
Y en ese quehacer habían pasado cinco años, sin recibir un centavo de Alberto, pero poniéndole la mesa a diario a su hijas y cumpliendo sus otros compromisos.
Esa mañana se levantó apresurada para darle el retoque final a un pedido grande de adornos navideños, el cual pasarían a buscar a las diez en punto.
Mientras Xiomara le daba los toques finales a los arreglos, Berdiales, quien había encargado los adornos, maquinaba qué hacer para conseguir el dinero y quedar bien con su amante, a quien le había prometido donarle los adornos para la sala donde se celebraría el quinceaños de su hija. Le pidió prestado a los compañeros de trabajo, pero todos, sin excepción, dijeron que la quincena había pasado como una estrella fugaz, dejando solo el recuerdo de su paso.
Intentó empeñar el celular, pero se arrepintió porque ese aparato era casi su vida misma. Habló con unos prestamistas, pero todos se le rieron en la cara y le recordaron que él estaba en rojo con ellos. En esos pensamientos apretados estaba cuando lo llamó la amante para decirle que se apurara con los adornos que ella quería empezar ya la decoración de la sala.
‘Ya voy a buscarlos, mi reina linda’, le dijo y se fue para la casa de Xiomara, dispuesto a negociar con ella.
‘Qué bien se le acomoda ese pantaloncito’, le dijo a la dama, que, contra su voluntad, sintió las urgencias del cuerpo y sonrió con coquetería. ‘¿Y está usted solita con este tiempo tan nublado?’, le preguntó a la artesana que, inocentemente, dijo que sí, que sus hijas estaban en el colegio.
‘¿Su marido es abogado, verdad?’, le preguntó a la ’necesitada’ Xiomara.
‘Ni abogado ni leguleyo, es un desgraciado que desde hace cinco años no vive aquí’, contestó Xiomara y, a petición de Berdiales, le echó el cuento completito de su sufrimiento cuando aquel se marchó.
No supo si fue la lluvia o sus necesidades largo tiempo contenidas las que la empujaron a los brazos del hombre, que se la dio de machito cuando, al término del regocijo, empezó a subir los adornos al carro sin haber soltado el billete.
Xiomara le leyó la mala intención y agarró su celular y un garrote que usaba para trancar la puerta. En un breve descuido, Berdiales hizo ademán de subirse al carro.
‘Oiga, no me ha dado la plata del encargo’, le dijo ella.
‘¿Plata?, ya te pagué, mami, o tú crees que lo hicimos era gratis’, contestó Berdiales, con tanta ironía que no vio el garrotazo que caía sobre su carro. Se bajó colérico a agredir a Xiomara, pero ya unos vecinos se habían acercado a ver la pega y uno a uno le bajaron todos los adornos, por lo que tuvo que irse antes de que lo lincharan.
MORALEJA: NO TE FÍES DE LA NECESIDAD DE UNA MUJER.