El maestro Juan

El maestro Juan era ni más ni menos como lo sentenció la exmandataria panameña: De carne y hueso
  • viernes 02 de diciembre de 2016 - 12:00 AM

El maestro Juan era ni más ni menos como lo sentenció la exmandataria panameña: De carne y hueso; y como tal le daban ganas de mujer. Nadie sabía de su soledad nocturna metido en esas rejuneras donde las tetas descomunales, las caderas anchas, las piernas macanudas y el trasero regado eran atributos, sin excepción, de todas las mujeres. Su calvario comenzó diez meses antes, cuando arribó al pueblo a lomo de un caballo bellaco; ambos llegaron arropados en lodo, y fueron recibidos con honores por todos los hombres con sus mujeres y niños. Al verlos allí, afanados por estrecharle la mano, decidió extender sus labores y anunció: ‘También habrá escuela para los adultos, en la tarde, todo el que no sepa leer ni escribir, venga, que lo que me sobra es voluntad y ganas de enseñar'. Rosaura y su marido Timoteo fueron los primeros en inscribirse; eran ellos, además, los puntualísimos con la asistencia y las tareas. Dos meses después, Timoteo le anunció que se retirarían porque muchas señoras salían de la casa con la excusa de que iban para la escuela y se perdían por esos montes a regocijarse con otros. ‘Temo que mi Rosaura se contagie', aseguró el campesino, pero el maestro Juan lo convenció de que se quedaran hasta que aprendieran a leer y a firmar. Mientras crecía el número de estudiantes de la nocturna aumentaban también los problemas hogareños, porque todos querían ir a estudiar, y el marido que ya había mirado a otra en la escuela no quería que su mujer asistiera, y viceversa. Los pleitos conyugales llegaron hasta el corregidor, quien cerró la nocturna porque él también tenía dudas de su mujer, una de las mejores alumnas. Dos semanas después, a golpe de las seis de la tarde, ya oscuro en esa zona aún cobijada por grandes árboles, el maestro Juan escuchó que tocaban su puerta.

Oyó la voz de Rosaura llamando apremiante: ‘Maestro, maestro, abra la puerta'. Abrió enseguida porque pensó que quizás la mujer venía huyendo del marido o tenía una emergencia. Le abrió tal como estaba, en bermudas y desnudo el torso. Como un tropel entró Rosaura y se le abalanzó desesperada; con la pasión de mujer enamorada pasaba sus dedos en los brazos velludos del maestro, luego le hundió la lengua en la boca masculina abierta de puro asombro. Apretó con ansias sus tetas descomunales sobre el pecho contrario, y le hizo un juego de lengua en las tetillas. Fue esa caricia la que frenó al maestro Juan que ya había reunido fuerzas para soltarla.

La campesina y exalumna cogió un aire para decirle que ella lo amaba desde el primer día cuando lo vio apearse del caballo. Que estaba dispuesta a dejar a Timoteo con los cinco chiquillos para irse con él. Al maestro se le aceleró la respiración y sintió que las piernas le temblaban, apremiadas por el llamado de la carne, pero, como un fogonazo, vino a su mente la imagen de cinco chiquillos abandonando los estudios y condenados a cambiar los libros por el machete. ‘Cinco futuros analfabetos en esta época de tanta revolución informática, cinco pelaos que a los 25 años parecerán adultos cuarentones e incapaces de estampar siquiera su firma', pensó y se la quitó de encima diciéndole: ‘Usted es una mujer casada y tiene compromiso con su marido y con sus cinco hijos, quienes son mis alumnos. Y sepa que a mí no me gustan las mujeres ni me meto con mis estudiantes, así que coja camino para su casa y olvide para siempre esta locura que acaba de hacer'.

La sacó a empujones de la casita de barro y caña brava, y la vio perderse entre las primeras sombras de la noche. Cerró la puerta y para calmarse recitaba una y otra vez el proverbio chino que le enseñó uno de sus primeros maestros: ‘Si estás planeando para un año, planta arroz; si planeas para una década, planta árboles; si planeas para una vida entera, planta educación'. ¡Enhorabuena a todos los docentes panameños!

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