Lunes maldito

La esposa lo escuchó y aceptó que intentaran reincorporar el sexo a su vida conyugal, pero puso sus condiciones, solo dos veces por semana
  • lunes 06 de febrero de 2017 - 12:00 AM

A Randolf le costaba mucho levantarse cada lunes, sobre todo si no se lo habían dado, era tanta su pereza que apenas abría los ojos invocaba a Satanás. ‘Cuidado, y un lunes te pasa algo por andar invocando a ese bicho', le decía la esposa, pero este lanzaba despectivamente unas interjecciones y le pellizcaba el trasero diciéndole: Esa pereza se me quitará el lunes que me des el chiquito.

‘La madre del diablo te dará esa vaina', le respondía tajante la esposa, quien se cansó pronto del mismo menú y decidió no dárselo más, ‘prefiero morirme de ganas que seguir dándoselo a Randolf, además, nadie dijo que eso es un deber conyugal, lo mío con él es tenerle su ropa lista y su comida, aquello es solo en los años jóvenes', decía la dama, que a los 35 se sintió vieja para todo, y condenó al esposo a la misma situación.

‘Ahora, ni el grande ni el chiquito', pensaba Randolf, a quien el fin de semana se le iba en las rogativas con la mujer, que se mostraba resuelta a cumplir su decisión, lo que aumentaba la pereza del marido para levantarse cada lunes. ‘Es que eso es lo que me da energía', les decía Randolf a los compañeros, que lo animaban a buscar otra, pero aquel les contestaba que le costaba mucho acomodarse con una desconocida, que ya estaba acostumbrado a las dimensiones de su mujer y que el pitufo ya conocía bien los recovecos y pliegues de esa. Algunos, los campeones de los malpensados, dijeron por lo bajito que lo que verdaderamente le pasaba a Randolf era que lo tenía bien chiquitito y que por eso le daba vergüenza acostarse con otra. ‘Eso de que no puede acomodarse con otra es puro cuento, para tapar su pobreza de manduco', dijeron y soltaron una risotada que llegó hasta Randolf, que corrió a preguntar de qué se reían. ‘Nos reímos del vecino mío, que llegó a la casa contento a llevarle el susú a la mujer y esta se le había ido con otro', dijo uno y Randolf puso cara triste compadecido por el abandonado, y agregó ‘es que cuando a uno ya no lo quieren, nada vale, así le bajes el cielo con las estrellas y la luna llena, te lo niegan'.

El comentario, dicho con tanta lástima, despertó la compasión en los amigos, y animaron a Randolf a conversar con su mujer porque esa situación se salía de lo normal. ‘Háblele con cariño, con calma, explíquele cómo se siente usted, cómo le hace falta esa cuca, cuánto la extraña, dígale que usted trabaja por ella y para ella, etc.'.

La esposa lo escuchó y aceptó que intentaran reincorporar el sexo a su vida conyugal, pero puso sus condiciones, solo dos veces por semana: ‘Y escoge los dos días tú, pero al final seré yo la que decida si los apruebo o no'.

El hombre elaboró su calendario, quería el domingo y el miércoles, el primero para empezar el lunes animado, y el segundo para recargar las baterías a mitad de semana. ‘Ajá, me parece bien', dijo la bella como si se tratara de un acuerdo de otra índole. Y cumplió su papel, pero Randolf, que andaba hambriento, quiso tirar dos el domingo, pero aquella le dio un codazo y le gritó que había sido muy clara: solo dos polvos por semana. ‘Adelántame el del miércoles, pues', suplicó Randolf, pero no tuvo éxito, la dama negó tajantemente toda posibilidad de uno más. ‘Ni sebo, espera hasta el miércoles', gritó aquella y se fue a dormir al otro cuarto, con los nietos.

La negación del adelanto desveló a Randolf, que se presentó el lunes con un ánimo endiablado. ‘Le voy a descontar esos minutitos, Randolf, pura cama calientita, ¿no?', le dijo el gerente. Una lluvia de puño le cayó de repente al mandamás, que era mucho más joven, por lo que apenas reaccionó lo puso en condiciones de peligro. Quedó hospitalizado, botado y le quitaron también los dos días de cuca.

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