Le falta uno

Emilio siempre se había destacado por su hambre de plata y por su vanidad de conservarse joven.
  • martes 17 de enero de 2017 - 12:00 AM

Emilio siempre se había destacado por su hambre de plata y por su vanidad de conservarse joven. ‘Viejo es el que toma pastillas para la presión y camina como chancletero', decía a menudo y hacía burla de los viejos ya afectados por la edad en el caminado y en la salud; sin embargo, se alegró mucho cuando supo que Elsie, la más joven de la empresa y la más apetitosa, solo ‘comía' carne vieja. ‘Esa guial solo se acuesta con pelaones de la tercera edad o próximos a aterrizar en ese planeta', le dijeron y él se llenó de ilusiones, pasaba las horas craneando cómo le entraba a la compañera que nunca le había dado ni los buenos días.

‘Perdone que lo baje de esa nube, Emilio, eso es puro cuento lo que le dijeron, sí es verdad que Elsie se lo ha dado a varios viejos, pero son viejos cocotudos, ella está bien cotizada y no se lo dará a usted que se ve en la necesidad de seguir trabajando pese a estar jubilado desde hace rato', le dijo una compañera y eso ofendió a Emilio en lo más profundo. De pura rabia le pegó diez manotazos al escritorio ajeno y soltó una perorata de media hora explicando que él trabajaba porque tenía más energía que cualquier jovencito recién graduado y que su cartera siempre andaba llena de billetes y no de papeles como la de muchos. ‘Tómese este vasito de agua, cuidado con una cosa, la presión no descansa ni de día ni de noche', le dijo la buena mujer que no pudo acabar de hablar porque Emilio tiró el vaso al piso, y se retiró a su puesto gritando ‘lárguese a cuidar a sus nietos, que yo no estoy ni viejo ni acabado'.

Nadie le contestó ni se habló más del asunto, pero el diablo, que no descansa, le preparó un enredo que comenzó en la fiesta bimestral de la empresa, en la que uno de los primeros en salir a bailar fue Emilio. ‘Jo, viejo que baila bien buen polvo tira', dijo Elsie y lo invitó a bailar otra y otra; del baile se fueron de la mano con rumbo desconocido.

Una semana después de la fiesta, Elsie le dijo muy temprano: ‘Oiga, don Emilio, tenemos que hablar'. Emilio se emocionó tanto que dos lágrimas dulces brotaron de sus ojos negros, porque desde el día de la fiesta y luego de salir del hotel, ella no le había dirigido la palabra ni para saludarlo. Se citaron para la salida, pero el viejo no aguantó y antes de las diez pidió permiso para salir a encontrarse con Elsie, quien no le habló, solo le puso un sobre en las manos. Emilio temblaba mientras abría el documento que no era otra cosa que una prueba positiva de embarazo.

Nuevamente se desbordó en lágrimas de dicha y le dijo emocionado: ‘No se preocupe, vidita mía, no se preocupe que yo le voy a cumplir, ahorita mismo voy a mi casa, bueno, a la que hasta hoy fue mi casa, a ponerle fin a un matrimonio de cuarenta años, ella debe ser la primera en saber que debemos divorciarnos porque yo necesito casarme con usted porque nuestro hijo no puede venir al mundo sin un verdadero hogar formado por mamita y papito', dijo llorando Emilio y se fue para su hogar, donde, envalentonado por la mala pasión, le soltó el purgante a su esposa, quien, entre lágrimas, le contestó: No me niego, Emilio, a darle el divorcio, pero fíjese que hay algo raro en todo esto, porque, sépalo bien para que no le coma cuento a ninguna viva, ‘usted no preña, Emilio, usted tira, pero por gusto, sus tiros son tiros fofos, vanos, sin nada de semilla, oyó, sepa ya que ninguno de los cinco hijos que tenemos es suyo, porque a usted le falta uno, el que se le secó en la adolescencia, cuando se cayó del caballo, y por eso usted ¡¡¡¡¡NO PREÑA!!!!!

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