La venganza

El paso de Momo dejó a Ernesto malhumorado y triste. Había pasado todos esos días encerradito. Su mujer no le permitió ni siquiera ver l...
  • viernes 07 de marzo de 2014 - 12:00 AM

El paso de Momo dejó a Ernesto malhumorado y triste. Había pasado todos esos días encerradito. Su mujer no le permitió ni siquiera ver los reportes del Carnaval por la televisión: dos templones de oreja le dio cuando lo descubrió viendo a las garotas menearse. Por eso se apartó cuando los compañeros se reunieron para narrar las travesuras de la fiesta de los panameños. En una esquinita de la oficina, calladito y con cara de fastidio, lo encontró el gerente, quien le preguntó qué le pasaba. ‘Mi mujer me tiene casi que secuestrado, me revisa a diario, me huele mi cuerpo y mi ropa, hasta los zapatos, la ropa interior la examina con una lupa, para Carnaval no puedo ir ni a la esquina ni ver la televisión, ha amenazado con prohibirme que salga a trabajar’, le dijo.

El gerente lo miró durante varios segundos y luego sugirió que había que darle una lección a esa maltratadora. ‘Váyase con otra por ahí y dele plomo, dele duro, para que no le quede nada para la de la casa, si no tiene plata, avíseme, que para eso estoy yo’. Ernesto salió pensativo, pero más calmado del despacho y pasó la mañana meditando. Fue a las dos en punto que le preguntó a Shelinska cuánto. La mujer se puso la mano en la cintura y contestó: ‘Bueno, si cuando yo estaba joven cobraba cien…’. ‘Ahora cobras la mitad’, dijo Ernesto emocionado, porque pensó que a más edad menor tarifa. ‘No, qué va, ahora es más, ahora se añade la experiencia, y eso pesa, y mucho’.

Convinieron la cantidad, que él tuvo que pedirle al jefe, quien la duplicó: ‘Para que le des lo que sobra a la cabrona esa, métele el cuento de que andabas camaroneando. A las que son como ella tenemos que andarles por delante, se las saben todas’, agregó el hombre, que también se sentía víctima de las ‘maltratadoras’.

Aunque Ernesto era timorato de nacimiento pudo disfrutar la tarde con Shelinska, quien se sabía varios ‘números’ que a él le parecieron muy interesantes. No tienes mucha experiencia, le dijo ella cuando regresaban del ‘encuentro’. Ernesto asintió con la cabeza y le dio la paga acordada. ‘¿Ni una propinita?’, preguntó ella. Ahora negó él con la cabeza y siguieron un buen rato en un incómodo silencio que ella rompió cuando le avisó que algo sonaba raro en la parte trasera del carro. Y agregó con aire preocupado: Como si se hubiera caído alguna parte del auto.

Apenas él bajó a ver qué pasaba en la parte trasera de su carro, Shelinska metió la mano en la guantera y sacó todo lo que halló de valor, sobre todo los billetitos que Ernesto había dejado cuando le dio lo acordado. Y siguió silenciosa cuando reanudaron el trayecto tras revisar el supuesto daño. ‘Por ahí te aviso para que salgamos otra vez’, le dijo él cuando se despidieron.

Llegó a su casa feliz, seducido por la idea de haberse vengado del encierro en que lo mantuvo su mujer durante los Carnavales. Entró llamándola a gritos e igual le contestó ella preguntándole dónde estaba el dinero del trabajito. ‘Está en el carro’, respondió el hombre y caminó hacia el auto seguido de ella.

‘¿¿¿¿Cómo que no lo encuentras, cómo que lo pusiste ahí y no está????’, vociferaba la esposa ante el incrédulo Ernesto, que no paraba de revolver la guantera en busca del dinero que su mujer reclamaba encorajinada.