La metamorfosis

Revolcón del barrio.
  • miércoles 02 de abril de 2014 - 12:00 AM

Por instinto y desde siempre, la mujer conoce el arte de amar, una más, otras menos. Alba era experta en los movimientos pelvianos y otros detallitos que volvieron loco a Oriel, casado con Efigenia, quien llevaba años en esa lucha devastadora que enfrentan muchas en este país donde el turista llega a diario, pese a que el panameño aún desconoce la palabra cortesía y la amabilidad apenas la está deletreando.

La lucha intestina llevaba varios años: el rostro de Efigenia dejaba ver claramente las huellas del enfrentamiento con Alba, que en cada encuentro con Oriel ponía todo su arte en acción, porque el objetivo era llevárselo. Cada vez que las mujeres coincidían se desangraban con insultos, que la esposa había aprendido a digerir, pero el día que Alba le gritó: ‘Yo soy la única que sé menearme como a Oriel le gusta’, se le cayó todo el ánimo y dejó de luchar, ella misma le arregló la ropa al marido infiel y este cogió rumbo enseguida. Esa misma noche, ya instalado en la casa de Alba, tal como ella había deseado y luchado durante diez años, le negó saladito porque él se acostó sin cepillarse los dientes. La leona que él conocía en la intimidad pareció dormirse y no daba señales de despertar. No pasaba de unos polvitos flojos y la pelvis que a buen ritmo sabía Alba mover estaba estática. ‘¿Qué pasa?’, preguntó Oriel una noche de lluvia torrencial. ‘No pasa nada, respondió Alba y siguió leyendo su revista’, acción que detestaba él y que ella sabía. ‘Ya no me compras cerveza para que me desempeñe mejor’, le reclamó Oriel, pero ella se manifestó con un ‘cómpralas tú, todo quieres que lo haga yo’.

Un compañero de trabajo le dijo, cuando Oriel le contó que Alba andaba fría, que todas las mujeres son así de cabronas, mientras quieren que tú dejes a la de la casa son una cosa, pero apenas abandonas lo tuyo cambian y se vuelven puro dolor de cabeza, puros periodos largos y te atienden como si fueras un mendigo. El nuevo marido de Alba se mostroseó por el comentario del amigo y lo mandó bien lejos, pero la duda se le quedó en el alma. Esa misma noche mandó a los hijastros temprano a la cama, apagó las luces y se metió con ella en el baño. Tuvo que bañarse solo, porque Alba no quiso nada ahí. ‘Me caigo y me lastimo mi rodilla de nuevo y qué pasó’, fue la defensa de la mujer, que se acostó y fingió estar dormida cuando Oriel entró bañadito y afeitadito. ‘Mira, bebé, todo para ti’, le dijo y la sacudió sensualmente.

Lo aceptó de mala gana apurándolo. ‘¿¿¿¿Cómo, cómo que me apure, dónde está la mujer ardiente, la que hasta se trepaba al techo si yo se lo pedía, que sabía tácticas para que me demorara más, dónde, coño, dónde está la otra Alba????’, gritó y la sacudió violentamente.

La respuesta de Alba lo desmoralizó por completo: ‘Mira, Oriel, una cosa es hacerlo como amante y otra muy diferente hacerlo como esposa, dos roles distintos, carajo, y si te gusta, quédate y si no, coge camino’.