La despreciada

Fello se puso contento cuando Nenita, su suculenta mujer, le dijo que ya no quería que construyera un muro entre la casa de ellos
  • viernes 04 de abril de 2014 - 12:00 AM

Fello se puso contento cuando Nenita, su suculenta mujer, le dijo que ya no quería que construyera un muro entre la casa de ellos y la de los vecinos: Voy a sembrar gardenias en ese espacio y espero no ver nunca a la vecina caminando por allí.

‘No te preocupes, mami, que a esa gorda no le gustan las flores, ella es ordinaria’, le dijo Fello. ‘¿Verdad que es bien feíta la vecina, papi?’, preguntó Nenita. ‘Esa guial es un bagre’, respondió él y se fue a dormir.

Nenita esperó oírlo roncar, apagó las luces y se sentó a esperar oír la tos seca, señal de que el vecino Agapito estaba esperándola para desgajarla como solo él sabía hacerlo. Y esperó. Esperó unos minutos, media hora. La hora completa, otra más, pero nada, no oía la tos seca. Amanecía cuando se fue a acostar. Había esperado en vano. A la mañana siguiente, lo vio pasar junto a su mujer.

Le pareció que ‘el bagre’ caminaba con ese paso inconfundible de las mujeres que la noche anterior han sido bien atendidas en la intimidad. ‘Cuadrada y fea’, le gritó, pero ninguno la oyó. Vinieron varias noches más y Nenita apagaba las luces apenas Fello empezaba a roncar. Y esperaba oír la tos seca. Agudizaba el oído hasta grados extremos, pero nada, no oía la señal. Por esos días supo que había otra mujer en la casa de Agapito. Era una sobrina de su esposa. Se tranquilizó cuando pudo verla bien: era idéntica a la tía. ‘Esa fea, gorda y cuadrada no es competencia para mí’, pensó.

Transcurrieron treinta noches en espera de oír la tos seca en el espacio que separaba las dos casas. Nenita no daba su brazo a torcer, y cada noche, religiosamente, apenas Fello empezaba a roncar, ella apagaba todas las luces y esperaba, ahora sentada en el piso, pero la señal no se escuchaba.

Fue en una de esas noches de angustiosa espera que Nenita oyó un susurro. Se acercó y sintió que el corazón se le desprendía y se le trepaba al estómago. Esperó un segundo y otro. Ahora no le pareció un susurro, sino un quejido de puro gusto.

Nunca supo por qué lo hizo, pero antes de salir a ver qué era, tomó un bate que su marido guardaba detrás de la puerta. Se le juntaron el deseo contenido, las noches de angustiosa espera y la rabia de haber sido despreciada cuando vio a Agapito con la sobrina de la mujer, allí mismo donde antes la había puesto a gozar a ella.

Los miró durante un segundo y luego les entró a batazos, con tanta furia que ni el vecino de la tos podía contenerla. Desesperado porque Nenita les diera un batazo desafortunado gritó ‘auxilio, vengan por favor’. Solo acudió su mujer, quien entendió todo apenas vio la escena. Corrió entonces para la casa vecina y despertó a Fello, lo puso al tanto de los hechos y se fue, pero antes le gritó a Nenita: ‘¿Qué creíste, que solo yo me iba a quedar sin marido?’.