- martes 22 de abril de 2014 - 12:00 AM
Ahí te dejo esa cosa, le dijo la hija a Aminta muchos años atrás, y se quedó ella con el paquete del pela’o, al que crió y educó como Dios manda. Edubaldo II se graduó del bachillerato, lo emplearon en la empresa donde realizó la práctica profesional y luego siguió estudiando, siempre formal, por lo que a todos les extrañó cuando lo vieron enamoriscado con la chacalita Dulieth, que solo tenía el atributo de unos senos colosales que habían vuelto locos a más de cinco. Fue eso lo que vio Edubaldo II, tetas, carencia que marcó su niñez cuando su madre se alborotó y se fue con un policía de fronteras, y nunca más volvió.
Muchos lo previnieron, pero el pela’o les dijo educadamente que no lo jodieran más con eso, un contundente "me importa la pechonalidad y no la personalidad" les hizo entender que no había nada que hacer, Edubaldo II estaba decidio a casarse con la rakataka, y así lo hizo, pese a que la abuelita Aminta le imploró que dejara eso para mayo, después de las elecciones, que esta época de la Semana Mayor no era buena porque venían días en los que el sexo estaba prohibido y que eso les costaba mucho cumplirlo a los recién casados. La ceremonia de la boda civil se realizó solo con los novios, los testigos y la abuelita Aminta, quien no paró de llorar y de hacerles señas al nieto para que se amarrara las ganas y no se comiera el tamal hasta la siguiente semana. Aguántate, hijito, mira que son fechas solo para reflexión, cuidado con un revolcón, fíjate que el ’Malo’ anda suelto y acompañado de todos los duendes y las brujas, advertía la viejita, pero Edubaldo II lo que sentía era ganas, muchas ganas, y no le hizo caso. La doñita les permitió el jolgorio hasta el miércoles: "Ni un día más, así que delen cuero desde temprano para que a las doce ya estén durmiendo". Pero amaneció el Jueves Santo y oyó unos ruiditos conocidos. Tuvo que darse varios coscorrones para sacarse la emoción de los recuerdos. Cerró los ojos y se vio muchos años atrás: en su luna de miel con Edubaldo I. "No ha nacido otro tan macho como ese", pensó y se limpió las lágrimas rogándole al muerto que la mandara a buscar pronto.
¡¡¡¡¡¡¡Salgan ya de ese cuarto, hoy no se hace eso, hoy no!!!!!!!, gritó varias veces, pero la puerta no se abría. Hijito, cuidado y se te queda trabada, papito, mira que ya yo no tengo fuerzas para destrabarla, ¡¡¡ABRAN O TIRO ABAJO LA PUERTA!!!, dijo, pero tampoco hubo respuesta. Repitió la amenaza diez veces. Cansada y aterrada porque su nieto estaba pecando, le dio varios martillazos a la cerradura, que cedió al sexto golpe. ¡¡¡¡Jesús, cómo es posible!!!!, gritó espantada por lo que vio. Y, como perseguida por algo sobrenatural, salió despavorida. La alcanzaron en mitad de la calle, atropellada por una carretilla de frutas. "Tenía razón mi viejita, hoy no es día para eso", pensaba entre lágrimas amargas Edubaldo II, mientras miraba a su abuela entubada y agonizante en la fría cama de un hospital.