El hombre del correón

Un fortachudo puesto en su lugar por una abuela
  • domingo 13 de abril de 2014 - 12:00 AM

Aunque el calor tenía desesperados a los panameños, a Meli le pareció buena época para mudar al fortachudo Menelao para su casa.

Su madre, Teo, lo recibió recelosa y le advirtió: Con mis nietos no se meta, porque me va a encontrar. El negro la miró con odio e igual hizo ella.

Llevaban media hora retándose cuando llegaron los chiquillos, contentos con una soda. Desde hoy, quedan prohibidas las sodas, no quiero adolescentes con los riñones enfermos, anunció Menelao y les quitó la botella, derramando todo el líquido. Y que nadie llore, anunció.

La suegra lo miró belicosa, pero Meli se quedó callada, su único interés era que el reloj caminara rápido y llegara la hora de acostarse con su hombre. No escuchó las advertencias de su madre, al contrario, le dijo que ese chombo era su última carta y que recordara que, desde los quince, su sueño era tirarse a un ‘man’ grandote.

‘Esos casi siempre son un bulto en la cama, se acuerda de los vecinos Quiel y de Timoteo, pues a los dos los probé y se volvieron puro cacareo, pura suspiradera y nada más, por eso no volví a salir con ellos, y viera la correíta, un chigüicito’.

‘Pero mi Menelao sí trae un correón porque su abuelo era jamaiquino y … ‘ anunció la hija y la madre no dijo más, convencida de que por mucha tecnología que invada el mundo, la mujer enamorada sigue comportándose como una mula en bajada.

Al día siguiente, hubo el primer asalto: Menelao les prohibió a los pelao’s usar los aparatitos de juego más de una hora. Se los arrebató con violencia, dos segundos después del plazo dado, indiferente a los ruegos.

Meli, esta vez, tampoco intervino en defensa de sus hijos, seguía pensando solo en la hora de la cama, no lo hizo tampoco en las dos semanas siguientes, que para los niños habían sido un calvario.

Teo llamaba a diario para preguntar si Menelao les había pegado. No, decían los pelao’s. Y que no lo haga porque lo mato, si tengo que ir a la cárcel, que me abran la puerta, pero que ese chombo que no me toque a mis nietos, decía ella.

El día llegó cuando a Meli se le ocurrió mandarlo a averiguar cómo iban los chiquillos en la escuela, de manera que el día de visita de los acudientes, Menelao se presentó a ‘investigar’. Regresó del colegio repartiendo rejo. Sacó de la maleta una correa gigante y les dio una tunda a los chiquillos, acusándolos de un rendimiento deficiente y de que las maestras habían dado quejas del comportamiento de ellos.

La noticia de la tunda le llegó enseguida a Teo. Nadie supo cómo hizo ella, pero llegó primero que los policías. Agarró a Menelao descuidado y, sin mediar palabra, le dio varios batazos. La Policía lo encontró desmayado.

Lléveme, comisionado, yo lo maté porque le pegó a mis nietos y yo se lo había advertido, anunció Teo, a quien los uniformados fueron a dejar a su casa apenas supieron que el herido estaba recobrándose.