El hijastro del diablo
- sábado 28 de enero de 2017 - 12:00 AM
Aquel que además de infiel es infame, bien merece ser llamado hijastro de Satanás, porque se necesita un corazón muy duro para abandonar un hijo pequeño e irse tras el ‘amor' malo. Félix olvidó los principios elementales de la convivencia conyugal cuando se enredó en amores adúlteros con Leticia, que desconocía absolutamente el temor a Dios, por lo que llamaba al hogar ajeno para preguntar a grandes voces: ‘¿Dónde está mi marido?', y para insultar a los pequeños, a quienes su padre exponía a diario a la vergüenza y al dolor de su ausencia.
La pérdida de los lentes del infiel desencadenó una serie de hechos que comenzaron cuando Félix se tardó en salir hacia la casa de su amante porque no encontraba los auxiliares de la vista. Llevaba ratito buscándolos cuando sonó el teléfono residencial. Era la atrevida mujer preguntando por qué se tardaba. ‘Papá, dice una señora que qué coño pasa que no llegas', le dijo el hijo menor, por lo que Félix montó en cólera y acusó a su esposa de que ella se los había escondido para que él no saliera.
No conforme con la acusación vociferó palabras soeces y amenazó con golpear a quien se le pusiera enfrente. Todo este zaperoco era complementado por el repicar del teléfono residencial y del celular de Félix, llamadas que hacía la amante que había perdido, con el consentimiento de él, todos los límites del respeto al hogar ajeno. Mientras, la esposa, silenciosa, tomó la decisión.
Desesperado porque no encontraba los lentes y porque Leticia apremiaba, Félix hizo gala del desamor hacia sus hijos y esposa, a quienes les había perdido todo respeto, y en medio de las más negras palabras y amenazas salió en su carro, dispuesto a comer calle y ponerse pronto en la casa donde la usurpadora reclamaba su presencia. No fue muy lejos porque la discapacidad visual le impedía avanzar. En la obsesión de llegar rápido entró a una barriada, donde transitaba coheteado sin detenerse ante los resaltos, por lo entró en discusión con los lugareños, quienes se armaron de palos y piedras para impedirle que se fuera y los dejara con los pelos para adentro, pero su ingenio nacido de la mala pasión lo ayudó a liberarse de sus rivales, lanzándoles unos fuegos de artificio que le llevaba a la amante.
Cuando llegó a la casa de Leticia se encontró con que esta, cansada de esperarlo, se había ido hasta su hogar a buscarlo. ‘Ahora sí se me formó la del diablo', pensó, pues era su costumbre decir, pese a todas las evidencias, que eran inventos de la gente que él tenía otra mujer, por lo que amenazaba a la esposa con quitarle la casa si ella se iba con los niños a buscar paz en otro sitio.
Regresó a su hogar, donde había varios policías que eran testigos de la agresión verbal de la amante hacia sus hijos y su esposa.
Félix se quedó sin habla cuando vio que todas sus mentiras se venían abajo frente a su familia. Quiso decir algo, pero no supo qué ni cómo. No tuvo valor ni siquiera para defender a Leticia, a quien una policía la hizo callar a punta de trompadas.
‘Esta factura te la pasa la vida', le dijo la vecina cuando lo vio echarse a llorar mientras veía que un equipo de ayuda trasladaba a su familia hacia otro techo y a Leticia la subían al carro policial.
‘A esta por maltratar psicológicamente a unos niños y por violación de domicilio', dijo el oficial.
Félix necesitó una hora de llanto para entender que por mucho que le rogara al Supremo no podría echar el tiempo atrás, para no cometer el sinfín de injusticias que cometió en contra de quienes eran sangre de su sangre.