La fritanguera buscapleitos

Para ella, pelear era dar puño, ni halones de pelo ni arañazos
  • viernes 23 de mayo de 2014 - 12:00 AM

Todos se aglomeraban en torno a Pamela, la vendedora de frituras, quien con ademanes groseros atendía a la clientela que iba apurada para el trabajo y quería tirarle grasa al estómago. Mientras algunos esperaban con paciencia, otros murmuraban y pedían que los atendieran rápido.

En el grupo de compradores estaba la exuberante Melisa, a quien su madre debió haberle puesto Afrodita, como la diosa del amor, pues tenía una anatomía que, aparte de ser un verdadero deleite para la vista masculina, guardaba un vientre voraz, de esos que no se sacian con una sola fuente, sino que necesitan dos, tres y hasta más.

La fama del apetito insaciable de Melisa se había extendido por todo el sector, de manera que algunas tenían a sus maridos en remojo, otras, santiguados y, las de actitudes más extremas, como Pamela, le tenían rotundamente prohibido a sus parejas darle siquiera un buenos días a la inquietante mujer.

Por esa razón, y a pesar de que Melisa estaba en fila desde las seis de la mañana, a Pamela no le daba la gana de atenderla. Fingía freír los hojaldres y sacar cuentas, atender a otros, pero no despachaba el pedido de la pocotona, a quien ya no le interesaba comprar ninguna fritura, porque la actitud de la vendedora había logrado subirle todas las etnias originarias a la cabeza, donde daban vueltas mil ideas de cómo cobrarse la grosería.

Fue en ese momento que apareció Ángel, el marido de Pamela, a quien Melisa miró suspirando y le preguntó: ¿Qué te parece la alineación del Bolillo para los próximos juegos? Todos los presentes contuvieron momentáneamente la respiración pensando que se iba a armar la de Changuinola, porque Pamela, con un billete de diez en la mano, se quedó estática y mirando a su marido, mientras el cliente esperaba el vuelto.‘ Está buena, por fin llamaron a Yuyu, ese pelao tiene talento’, dijo Ángel y siguió con el tema, hasta que su mujer se levantó como picada por avispas y empujó a Melisa.

La gracia de haber dado el primer golpe la mantuvo en ventaja por varios segundos hasta que Melisa, que no en vano en su juventud había socolado las tierras de su abuelo, se recuperó y la ubicó a punta de puñete.

Para ella, pelear era dar puño, ni halones de pelo ni arañazos. Era soltar la mano, y se la soltó con ganas a Pamela, para que no volviera a humillarla negándose a venderle las frituras que a ella tanto le gustaban. Cuando por fin pudo soltársele, le gritó que no volviera jamás a hablarle a su marido.

‘Y tú, vete para la casa, que allá arreglamos, tú sabes muy bien que te tengo prohibido hablarle a esa mujer’, le gritó Pamela a Ángel, quien se le enfrentó violento, advirtiéndole que la próxima vez que le hiciera una escenita a Melisa se mudaría para donde su mamá.