Este sí era un hombre

El Miércoles de Ceniza encontró a los pobladores de El Chirriscazo con la noticia del repentino fallecimiento de Zacarías, quien estaba ...
  • miércoles 05 de marzo de 2014 - 12:00 AM

El Miércoles de Ceniza encontró a los pobladores de El Chirriscazo con la noticia del repentino fallecimiento de Zacarías, quien estaba citado en la corregiduría porque adeudaba varias cuotas de pensión alimenticia. ‘No puede ser, si hasta la madrugada lo vi en el toldo tirando pasos y pinteando’, era la reacción de todos. A esa hora, en las afueras de la corregiduría, varias mujeres tenían semisecuestrado al corregidor, a quien le exigían apresar al hombre que no cumplía con su responsabilidad paterna. Fue en ese momento que llegó la noticia: ‘¿Ya supieron?’, preguntó uno que se asomó quitándose el sombrero.

‘Que Zacarías peló el bollo esta madrugada, cuando llegó del baile del Martes de Carnaval’, contestó él sin darle oportunidad a los oyentes de responderle si sabían o no la última cocoa. De inmediato se oyó el llanto desgarrador de las mujeres, que ahora abrazaban al corregidor exigiéndole su derecho de ir a amortajar a Zacarías. Tras tres horas de camino, en los que no dejó de oírse el nombre del muerto resonando con lamentos de duelo, llegó la autoridad en compañía de las damas, quienes lloraron desesperadas cuando doña Tina, madre del difunto, les dijo que ya él estaba amortajado y la caja cerrada, sin posibilidad de abrirla otra vez.

Fue como ‘matarlas en vida’. Las mujeres suplicaron que les permitiera verlo, pero no lograron convencer a la madre doliente que se negó rotundamente a desclavar las tablas del rústico ataúd mientras iba, con el rostro seco y sin huella de lágrimas, de un lugar a otro espantando con una varita a los perros y gallinas, que se alborotaron por el lamento de las damitas. Casi enseguida, los parientes del difunto sacaron el féretro, amenazados por el tropel de las viudas que querían estrangular al corregidor si este no obligaba a doña Tina a darles el derecho a cargar ellas el cajón con el cuerpo del hombre amado.

La mujer, con una serenidad majestuosa, dijo que sí, por lo que salió el cortejo con el féretro en hombros de las viudas, quienes con sus gritos conmovedores hicieron llorar a todos, excepto a doña Tina. Una hora después llegaron al cementerio los restos de Zacarías, cuyas mujeres se pararon como Piñango y cargaron el cajón sin tambalearse por caminos y lomas resbaladizos gritando: ‘Este sí era un hombre’.

‘Ya hiede’, dijo el encargado de la oración fúnebre y empezó a rezar, supuestamente, en latín. Aún no había terminado cuando los primos se posaron alrededor del ataúd con una soga. Ya lo vamos a bajar, dijeron en voz alta. ¡¡¡Nooooooo!!!, gritó una de las viudas y soltó al hijo que en ese momento amamantaba. No supo a quién se lo dio ni de dónde sacó un martillo.

La numerosa jauría, que había caminado acompañando el cortejo con sus ladridos fúnebres que llevaban a más de diez erizados, reinició su ‘llanto’ generando sentimientos confusos entre los presentes, quienes no pudieron impedir que las viudas, llorando a gritos, desclavaran con el martillo la débil tapa del féretro. Un bajareque frío y el silbido del viento no ahuyentaron a nadie. Todos se empujaban para ocupar un sitio cercano a la caja mortuoria.

A viva fuerza las viudas se abalanzaron para destapar al muerto. Ninguna hizo caso a las súplicas de doña Tina. ‘¡¡¡Adiós, amor de todas, Zacarías, espéranos allá. Todas te vamos a ser fieles por siempre!!!’, exclamaban las mujeres cuando, por fin, pudieron quitar las sábanas que arropaban el cadáver.

El llanto cesó en cuanto vieron que en lugar del cuerpo del hombre adorado había varias tablas de macano sobre restos de vísceras y una zorra muerta. Las viudas, ahora llenas de ira, querían linchar a doña Tina y al corregidor, pero no los hallaron por ningún lado.