Escaneado
- martes 07 de febrero de 2017 - 12:00 AM
La mujer celosa desgasta sus días buscando lo que ella llama evidencias físicas de la infidelidad, y en su locura cree encontrar pruebas por todos lados. La vida de Ramiro cambió apenas se casó con Renata, diez años mayor que él. La mujer estuvo a punto de enloquecerlo en el primer trimestre del matrimonio, porque lo quiso someter a una revisión diaria en cuanto regresaba del trabajo, esto, más los reportes cada tres minutos a través del celular y sumadas las llamadas al teléfono de la empresa, lo obligaron a ponerse los pantalones largos y a amenazar con irse de la casa si ella insistía en querer ‘escanearlo' cada día.
‘O te dejas de esas vainas de olerme la ropa y de mirarme el bicho con una lupa o me voy mañana mismo de la casa y se acabó este matrimonio, para que le des gusto a la gente que pronosticó que no celebraríamos ni siquiera las bodas de papel', le dijo y se levantó de la mesa donde ella lo acostaba apenas llegaba del trabajo para ‘revisarle' el miembro milímetro por milímetro, ni las bolsas se salvaban del peritaje, los pobres testículos pasaban por la vergüenza de la mirada escrutadora de Renata, quien observaba la apariencia, pues en su mente de tonta existía la idea de que si estos se notaban desinflados era porque su marido había volado cintura unas horas antes. De un empujón la apartó y se puso su ropa. Y salió a tomarse unas pintas para que se convenciera con hechos de que él no pensaba soportarle esas actitudes.
Regresó a la medianoche y la encontró tirada en el piso llorando desconsoladamente, con un arma blanca alrededor y una nota en la que anunciaba que dejaba el mundo porque Ramiro le era infiel. ‘Si no me dejas revisarte me mato', le dijo Renata apenas entró, y él le contestó: ‘Dale, mi hija, dale que para mañana es tarde'. Y se fue a dormir. Pero enseguida, Renata se levantó del piso y se metió en la cama reclamándole una marca blancuzca que había visto alrededor de su pene.
‘Parece la marca de un condón, tú andas con otra, no lo niegues', gritaba totalmente descompuesta y con un llanto tan sonoro que Ramiro se compadeció y la abrazó, en un intento por salvar el matrimonio, más que todo por no darles gusto a quienes le advirtieron que no se casara con Renata, porque los celos exagerados eran mal de familia, y porque entre su parentela femenina varias habían quedado turulatas por la celadera. Pasaron en paz una semana, pero a Ramiro se le olvidó leer el reloj y una tarde volvió una hora después de lo acostumbrado. La encontró con una crisis bellaca, y trató de calmarla, pero Renata no le decía ninguna palabra, solo señalaba hacia la lavandería, adonde fue Ramiro en busca de algún animal o de alguna pista de lo que había enloquecido a su mujer al punto de dejarla sin habla.