La ‘enfermera’ fogosa

E lsa creía firmemente en el poder del diálogo. ‘Cualquier diferencia con el hombre amado se resuelve a través de una conversación clara...
  • martes 11 de marzo de 2014 - 12:00 AM

E lsa creía firmemente en el poder del diálogo. ‘Cualquier diferencia con el hombre amado se resuelve a través de una conversación clara y directa’, decía, pero la vida la obligó a pensar diferente tras tres abandonos maritales.

Pero ahora, ya recuperada de la llantarria y la moqueadera, la memoria la había favorecido con el olvido absoluto de los tres malos, a quienes ya no recordaba siquiera, salvo cuando por casualidad se los encontraba en la calle. Con esta nueva disposición para el amor iba por el mundo en busca del cuarto marido, a quien quería de cuarenta años, pindincero y que no tuviera ningún compromiso.

‘Lo acepto desempleado o pobretón, de la comida y los gastos me encargo yo’, les decía a sus amigas, quienes le aconsejaban que saliera a fiestas y a lugares en los que se concentraba mucha gente joven y divertida en vez de los hospitales donde ella se dedicaba a cuidar enfermos. ‘Cualquier lugar es bueno para encontrar un amorcito’, les respondía.

Y fue precisamente en un hospital donde conoció a Víctor, quien en la cama vecina del paciente al que ella cuidaba, atendía a su abuelito. Y fue verlo y encantarse con el hombre, unos veinte años más joven que ella, un cuarentón.

Motivada por ese entusiasmo, al día siguiente se presentó al hospital con un vestido de esos que hacen parecer más desnuda que vestida. Formó un lerelere con el seguridad, pero este se mantuvo firme y no la dejó entrar con esa vestimenta, por lo que tuvo que ir a los comercios cercanos a comprarse algo apropiado para estar en la sala, donde le ‘tiró’ a Víctor todas las armas de conquista femeninas, tanto que hasta los pacientes, los que tenían un poquito más de ánimo, lo animaban.

El único enfermo nonagenario le dijo: ‘Si yo tuviera tu edad, muchacho, ya me la habría tumbao’. Pero Víctor, que se creía una copia palidona de un guapo artista mexicano, no le hacía caso a Elsa, que casi había descuidado al paciente para darle paso a sus intereses de mujer. Fue casi en la madrugada, cuando enfermeras, aseadoras, pacientes y cuidadores y los seguridad ‘echaban su repelada’, que Elsa se dijo ‘es hoy o no será nunca’, y salió a comprar algo, convencida de que Baco se lleva bien con Afrodita.

‘Víctor, despierte, que su abuelo está respirando agitado’, le dijo. El joven se despertó turulato y en lugar de mirar a su abuelito, que dormía profundamente, corrió hacia el baño. Ella lo siguió hasta allí y le dio un trago. ‘Para que calme los nervios, Victorcito’, le dijo melosa.

Y fue allí, entre trago y trago, que Elsa logró su propósito. Salieron sin problemas, pero les aguardaba una sorpresa desagradable: el paciente que ella cuidaba se agravó tanto que los médicos le avisaron a los familiares, quienes, asombrados porque el enfermo estaba solo, acudieron presurosos a reclamarle a la cuidadora fogosa, quien, además de ser despedida, recibió un par de trompones de una nieta del don y, lo peor, Víctor, sumamente arrepentido, no le dio ni siquiera el número del celular.