Ellas también mienten
- sábado 02 de julio de 2016 - 12:00 AM
El goloso siempre se lleva un chasco, por goloso y ansioso, por desear a menudo la presa más grande. Arnoldo fue goloso desde niño y a muy tierna edad dijo que solo le gustaban las mujeres de cucas grandes y gordas, de esas que se notan por encima del pantalón, desde donde muestran su calibre, peso y dimensión. ‘Que pese buco pocotón y que no me alcance la mano para agarrarla'.
Llevaba varios añitos, y según su mamita, ya estaba pasadito de la edad de casorio, ‘todos los primos ya llevan tres pelaítos y mi hijo nada', reclamaba la madre que ignoraba que el hijo no se había amarrado por estar en espera de la cuca grandota y de buen peso, las muchas damas con las que había compartido cama no llenaron ese requisito que para Alberto era imprescindible. ‘Salado yo, puros corocitos, pura cáscara nada más', repetía el bocón.
A quienes lo reprendían diciéndole que esa era una gran payasada, les repetía ‘a ellas les gusta que lo tengamos grande y grueso, pues a mí también me gusta comerme algo de buen tamaño y peso, si esas cabronas exigen, por qué no voy a exigir yo'. Apenas llegaba una nueva compañera, la radiografiaba, si la vestimenta era con pantalón, para saber si aquella entraba o no en sus posibles candidatas, pero los jefes de la empresa exigían un vestuario tapado y eso le impedía su examen visual, fue en una fiesta que la compañía ofreció para agasajar a los papitos que pudo ver a Dioselina metida en un pantalón refajado y con una blusa corta. Como era su costumbre, le echó el ojo a esa parte a todas las compañeras, que en esa ocasión se dieron el gusto de ir vestidas para alborotar, casi se queda sin habla cuando la bella pasó frente al sitio estratégico donde él estaba sentado. Se le llenó de agua la boca y sus entrañas patalearon mientras calculaba, por libras, el talento de Dioselina, quien estuvo un rato parada frente a él compartiendo con otra las últimas cocoas del trabajo. Lo que revelaba el bulto debajo del pantalón era una promesa de esas que le tumban la paz a cualquiera, y desde ese día no paró de enamorarla hasta que ella le dio el sí y empezaron un noviazgo con ideas de llegar al altar.
‘Dame una probadita antes', suplicaba Arnoldo, que antes del mes de noviazgo inició los trámites para la boda, pero ella no lo dejaba ni tocarla, por lo que él se desesperaba y seguía con la cantaleta ‘déjame aunque sea darle una tocadita, apretarla un poquito y suavecito'. Todo era en vano, cuando se ponía muy insistente, ella se defendía diciéndole que como siguiera de necio cancelaría los planes de casamiento y que recordara que ella le advirtió clarito que era de las novias de antaño, de esas que no lo daban hasta después de la boda, ‘no soy como las de ahora, que quedan patiabiertas apenas conocen al galán'.
‘La espera desespera', como dicen por ahí, y por razón de las lluvias que ahora aburren, Arnoldo tuvo que tomar un atajo para sortear un tranque histórico debido a unas calles inundadas, y se perdieron; la vía no salía al punto que él creía, sino a una vía de tierra, solitaria y apartada. Todo se puso a favor de él para anticiparse el plato fuerte, y como Dioselina también sentía ganas, qué otra les quedó, él con demasiadas ganas, ella también con deseos de volar manduco, la lluvia en su apogeo, los papeles listos para la boda, ambos querían y ambos podían, el vientre gritando sus ganas, y alargaron el asiento y allí mismo al ataque, a comerse vivos. Arnoldo se desilusionó segundos después, tuvo que bajar una trapería antes de llegar a la grandota, trapos y otras cositas raras que abultaban donde no había nada… Al fin halló la ansiada cuca que, camuflada con tanta ropa, era una cosita de nada, flaquita y de peso mínimo que cabía cien veces en su áspera mano…
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Ojón: La quiero pesada, gorda y bien ancha.
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Goloso: Que no me alcance la mano para agarrársela…