Ella o yo
- domingo 12 de febrero de 2017 - 12:00 AM
Los familiares de Jacinto criticaban a su mujer, Luviana, porque esta había contratado a un hombre para que hiciera los trabajos de la casa. Solo a la vecina le contó que lo había hecho para meterle un susto, a ver si así dejaba la bebida. ‘No crea que busqué a un empleado para quemar a Jacinto, recuerde que a mí no me gustan los negros', le aclaró a la veci. Pero como el vicio es duro de dominar fueron pasando los meses y Jacinto seguía empinando el codo de viernes a lunes, y el resto de los días los pasaba atontado e incapaz de lograr el requisito básico para atender a su esposa.
Un día la encontró en el patio quemando la ropa interior. ¿Y esa vaina?, preguntó el borrachín. Tratando de ver si un fuego apaga otro fuego, le dijo ella pensando que él entendería su dolor y buscaría soluciones, pero no fue así. Ahora se emborrachaba en la misma casa y el empleado lo llevaba a la cama, le quitaba los zapatos y le aflojaba la ropa.
Venga a ver el capítulo final de la novela conmigo, le dijo Luviana al empleado, y el muchacho se sentó apenado. Las escenas de besos y arrumacos lo pusieron tan nervioso que se fue a la cocina a fregar, pero allá llegó la patrona y se le paró detrás.
Tengo que fregar los platos, señora, pedía el empleado, asustado porque sentía que algo debajo del pantalón se le ponía grande y duro.
Deja esos platos y atiéndeme, le ordenó Luviana. ‘Mire, señora, que soy señorito y estoy comprometido, además, a mí no me gusta la mujer blanca, dicen mis tíos que ustedes no saben a nada', repetía él.
¿Quieres plata?, preguntó Luviana, que ya no reparaba en el color de la piel. ‘Soy señorito y tengo que mantenerme así hasta que me casa y lo haga por primera vez con mi esposa', decía el hombre con las manos enjabonadas que se pasaba por la cara para limpiarse el sudor de puro susto y ganas. Pero la patrona seguía: ¿Quieres plata o quieres alguno de los perfumes de mi marido? Habla, yo sé que tú le goloseas las fragancias a mi marido, cuánto, dime cuánto por ese pico prieto'. El hombre dudó un rato mientras ella le mostraba varios billetes. Fue en ese momento que despertó Jacinto y preguntó qué pasaba. ‘Que he tenido que pagarle a este para que haga tus deberes', le respondió Luviana.
Está bien, pero no con mi plata, que esa ya tiene su destino, señaló el borrachito. Y revisó su cartera.
Dame mi plata, le pidió colérico. ‘Mira que esa plata es sagrada', repetía una y otra vez, pero ya el empleado había tomado el dinero y, asustado, intentaba salir de la casa, intención que no concretó porque marido y mujer se le pusieron al lado, exigiendo ambos que devolviera el botín. Formaron una pelea descomunal, a Jacinto se le esfumó la borrachera y soltó la mano ayudado por su mujer. No pudieron con la potencia del asistente. Tuvieron que venir los vecinos y darles una mano, pero el hombre huyó con el dinero, dejándolos enfrascados en una discusión violenta. Él reclamaba la plata y ella la falta de atención. ‘Tú sabías que me gustaban mis pintas', argumentaba él. ‘Escoge, entonces, la bebida o yo', pidió Luviana. Jacinto no contestó, por lo que su mujer supo que no había sido la elegida. Volvió esa misma noche a la casa paterna, convencida de que había perdido una gran batalla, que el ‘vidrio' la había derrotado.