El venao
- martes 27 de mayo de 2014 - 12:00 AM
Menelao llevaba varios meses con la duda que más mortifica al género masculino: los cachos. La duda lo ponía a comprar lomotil a cada rato, pero no se atrevía a investigar, por miedo a enfrentarse a la realidad. Un amigongo, de esos con gran capacidad y paciencia para oírles los cuentos del corazón a los otros, le aconsejó que era mejor que lo matara la verdad a vivir muriendo, que era como describía Menelao su estado. La primera iniciativa sugerida por el sabio fue que enfrentara a Pandora, la esposa sospechosa, quien se alteró tanto por la pregunta que hubo que llevarla al centro médico para que le bajaran la presión. De allá regresó un Menelao disminuido, vuelto leña emocionalmente porque ahora la mujer lo acusaba de haberla injuriado con la duda. ‘Creo que es el fin de nuestro amor, mira, Menelao, que dudar de mí que ni con el pensamiento, 20 años comiendo el mismo bisté flaco y esmirriado, sin embargo, me he mantenido más fiel que una vieja casada con joven’, decía Pandora tirada en el sofá llorando a lágrima viva. De nada valieron las súplicas de Menelao, que al anochecer también se unió al llanto de su mujer, lo que pareció conmoverla y se dispuso a arreglar el malentendido debajo de las sábanas. Llegaron a un feliz acuerdo al amanecer, cuando Menelao le prometió que le celebraría con pompa su cumpleaños. ‘Vendrá toda mi parentela del interior y hasta los que están en el norte’, dijo Pandora y sacó la cuenta del costo de la fiesta: un dineral. A la rumba llegaron todos los invitados y los paracaídas, quienes comían y bebían sin parar porque Menelao había comprado buco guaro. El baile estaba en su máximo apogeo cuando, por petición de los invitados, entraron a la pista la cumpleañera y su marido. Fue en ese instante que empezó a sonar un tema jocoso. Menelao sintió que había surcos en la sala de baile y le pareció también que un borrachito, que con los dedos en las sienes coreaba la canción ‘y que no te digan en la esquina el venao, el venao’, movía los dedos en dirección a él. Con la pregunta en la mirada volteó hacia donde su mujer, y le pareció ver que ella sonreía burlonamente. Miró a otro punto y vio varios dedos apuntando hacia él mientras cantaban ‘el venao, el venao’. Nadie, ni los primos interioranos, acostumbrados a lidiar con ganado bravo, pudieron parar su mano destructora que arrasó con todo el equipo de la discoteca; luego pateó sillas y mesas, volteó bandejas de comida y, afortunadamente, pudieron liberar a Pandora, a la que solo logró darle un bofetón, tan contundente que la mandó directamente adonde estaban sus primos gringueros, que la sacaron a la carrera. ‘Está bestializado’, decían los policías. ‘No es para menos, ya supo que su mujer se lo mueve a otro’, dijo el borrachito que prendió el rancho con sus morisquetas.
‘Con razón’, dijo uno de los tongos, y trazó en el aire el signo secular; luego, con mucha paciencia, intentó calmar a Menelao, a quien luego le tocó pagar los daños y, lo peor, saber que su Pandora había aprovechado el percance para irse con su amante.