El pindincero
- miércoles 28 de mayo de 2014 - 12:00 AM
Ananías decía que tres cosas eran sagradas en su vida: su sueño, su comida y su pindín. Por eso, cuando decidía echar una ‘canita al aire’, exigía que la damita fuera aficionada al típico. Fue en las fiestas de Momo que conoció a Lastenia, bella y con mucha gracia y donaire para bailar en los toldos. Yo no puedo pasar un sábado sin ir a mi pindín, le dijo ella, y Ananías se rascó la cabeza, preocupado. Una cosa era que le gustara mucho el típico y otra que tuviera dinero, tiempo y justificación en la casa para salir cada fin de semana a zapatear. No te preocupes, yo entiendo, le dijo Lastenia cuando él le informó que ese sábado no podrían salir porque la gripe lo tenía tumbado; igual respondió ella el siguiente sábado, día en que Ananías se disculpó argumentando que estaba con el estómago descompuesto por efectos de los medicamentos tomados para el trancazo. Al tercer sábado, Lastenia se le adelantó y lo llamó el viernes, y fue directa, no era ella mujer de palabras de más. ¿Vas mañana al baile, sí o no? Hubo un silencio breve, que ella rompió con un: Ya veo que es no, así que aquí dejamos esto, Ananías.
No me das ni chance de contestar, mami, recuerda que todavía tengo la garganta irritada por la gripe que me dio, casi gritó Ananías. Sí voy, claro que voy, si ya me pican los pies. La respuesta fue bien acogida por Lastenia, que fijó la hora para que pasara a buscarla y otros datos. ‘Allí estaré puntual’, dijo Ananías, feliz de que todavía el celular no le permitiera a Lastenia ver cómo le temblaban las manos. Ahora sí me llevó ‘Candanga’, cómo hago para que mi mujer me deje salir solo a bailar, pensaba mientras iba a su casa, donde negoció con su esposa la salida del día siguiente. Extrañamente, ella le dijo que tenía derecho a salir solo, que esa confianza se la había ganado por su fidelidad en tantos años de matrimonio. ‘Hoy te toca a ti, mañana quizás me toque a mí’, argumentó ella, y aunque a Ananías no le agradó mucho la idea de que su mujer saliera sola, le dio un beso de agradecimiento y se durmió feliz. Soñó que bailaba como un trompo gigante al lado de Lastenia, felices los dos. Despertó contento y así pasó todo el día. A las nueve de la noche, decidió vestirse, pero no encontraba su ropa por ningún lado. Llamó a su mujer, que estaba donde la vecina: Allí está tu ropa. ¿Dónde, dónde? gritaba Ananías casi desesperado. El instinto lo llevó a la lavandería. Vio los tres tanques y adivinó su contenido. Toda su ropa estaba allí, con agua y jabón. ‘Ahora la jodo y me la pongo así mojada’, dijo y sacó dos piezas. Iba a torcerlas cuando descubrió que estaban hechas jirones. La huella de los tijeretazos estaba en toda su ropa. No pudo salvar nada, por lo que se echó a llorar frente a los tanques.