El de acá no sirve

La lamentadera, sobre todo entre los más jóvenes de la empresa, se oía por doquier
  • lunes 01 de febrero de 2016 - 12:00 AM

Los carnavales son la presión de muchos. ‘Si tengo que robar, robo; si tengo que vender mi sangre, la vendo, pero dejar de carnavalear en el interior, ¡jamás!, prefiero morirme que faltar a mi cita anual con Momo; ese es mi dios, mi ley, mi todo', decía Aldo a bocajarro en la cafetería de la empresa, donde manifestaba a gritos su emoción: ‘Por fin, otra vez llega Momo con su carga de guaro, música, mujeres en cuero luciendo sus encantos, y yo, sin parar, saltando en los culecos, bien lejos del trabajo'.

Yo me voy desde el viernes en la noche y regreso el miércoles a medianoche, repetía cuando se acercó la secre con un documento que levantó comentarios, pero que a él le disparó el ánimo.

La lamentadera, sobre todo entre los más jóvenes de la empresa, se oía por doquier: ‘¡¡¡Qué, que qué!!! Cómo que hay que trabajar el lunes y el miércoles'.

‘Eso no puede ser, es un abuso, un atropello, voy a llamar enseguida a los suntruosos para que arreglen esta vaina', vociferaba Aldo. Dejó su comida en el microondas y subió, según él, a hablar de tú a tú con el jefe o con quién tuviera que conversar para revocar esa orden. ‘Ahora mismo pongo en cintura al viejo cara de lona ese, ¡me va a oír! Qué no se meta con los carnavales, que son sagrados. ¿Qué le pasa a ese don falto de cariño?', gritaba mientras caminaba hacia el despacho superior, al que entró sin tocar. El gerente estaba reunido con la gente de recursos humanos y le preguntó traqueado a Aldo por qué había entrado sin avisar. La bravuconada del carnavalero se debilitó y con voz temblorosa preguntó por qué había que trabajar el lunes y el miércoles. Todos lo miraron como a bicho raro antes de mostrarle la puerta, por lo que salió aún más emberracado. Llegó al área de la cafetería dispuesto a armar una protesta, pero allí nadie pensaba arriesgar su puesto por unos carnavales.

Acá también hay Carnaval. El martes puedes ir todo el día, le decían algunas, para calmarlo. ‘El Carnaval de acá no sirve, es lo más aburrido, es para viejos; además a esto en la ciudad no se le puede llamar carnavales, será mojadera, que es un consuelo para los pobres que no tienen plata para viajar al interior', respondía él.

‘Orden es orden', le dijo un compañero, pero Aldo salió con la brutalidad de que a él ni Dios le paraba su viaje para el interior. Y sugirió formar un comité para presionar al gerente. Pero nadie le paró bola, por lo que empezó a gritarles que eran unos flojos que se dejaban meter el dedo, que no se atrevían a defender sus derechos. Llevaba rato gritando consignas ofensivas contra sus compañeros cuando del grupo salió Galdós, de quien se dudaba si era o no era.

‘¿Cuál es la mariconada?', le preguntó Galdós a Aldo, quien, creyendo, por lo que decían, que el otro sería un bisté de dos vueltas, le dijo: ‘Una partida de ñaños es lo que hay aquí, nadie protesta, nadie se rebela, todos aceptan, patos de a medio centavo'.

Galdós no esperó que le repitiera el insulto y le mandó el primero de una andanada de puñete. Tuvieron que quitárselo, pero, pese a estar golpeado, siguió insistiendo en que fueran a meterle presión al superior. Si vamos todos y nos plantamos allá, ese cabrón tiene que cambiar esa decisión, gritaba fuera de sí. Una compañera trató de hacerlo entrar en razón, pero Aldo estaba descompuesto y dio varios manotazos antes de gritar: ‘Dejen de dar vueltas, por favor'. Cayó despapayado sobre las mesas y de allí lo sacaron en ambulancia. ‘Parece que es grave, creo que esta vez Dios sí le paró el viaje para el interior', decían algunos compañeros en las afueras del hospital.

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Selectivo: En la capital hay mojadera, en el interior, carnavales.

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Bruto: Ni Dios, que se baje de allá arriba, me ataja en carnavales.

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