‘El CDCD’

‘No le tengo miedo a nada ni a nadie, solo a que mi mujer me queme’, decía Gustavo.
  • domingo 06 de abril de 2014 - 12:00 AM

‘No le tengo miedo a nada ni a nadie, solo a que mi mujer me queme’, decía Gustavo. Un par de cachos en su cabeza lo aterraba, pese a que él, al mes de casado, empezó a salir con la que lo aceptara. Confiado siempre de que la esposa jamás lo quemaría, pasó feliz muchos años, él quemando y ella guardando. Luego se aficionó a pregonar la Palabra, pero lo hacía como lo hacen casi todos: con el amor al prójimo en la boca, pero con mucha maldad en el corazón. Tuvo que mudarse a otra barriada, porque en la que había vivido tantos años nadie creía en su nuevo rol de predicador. Allí, a los pocos días, le apodaron ‘el CDCD’, porque quería marear a los nuevos vecinos con su verborrea del amor al prójimo, pero los parroquianos lo pillaban a cada rato acompañado de otras damas, además, cobraba un ‘carajal’ de plata por cualquier trabajito. Fue por esos días que decidió cercar y habló con la vecina Lastenia, a quien le dijo que debía pagarle el 50% del costo de la construcción. La ‘veci’ le dijo amablemente que ella no tenía presupuesto para eso ni sabía cuándo podría tenerlo, de manera que solo le pedía con mucho respeto que construyera dentro de su terreno. Fue todo, pero Gustavo hizo lo que le dio la gana y, como muchos, se aprovechó de la condición de soltera de la otra y se agarró varios metros para parar la cerca, de manera que su lote quedó más grande. El asunto fue hasta instancias legales, pero Gustavo no aceptó la orden de correr la cerca y le declaró la guerra a la pobre mujer, a la que le gritaba cada vez que la veía: ‘Peleando un pedazo de tierra cuando en menos de eso te van a enterrar’. Lastenia se resignó a esperar que el de arriba hiciera justicia. Pronto llegó del interior su sobrino José Arturo, quien venía a estudiar a la capital. Al pela’o le molestó ver a Gustavo colgar hamacas en el terreno robado y echarse allí a mirarlos con burla. El tiempo siguió su curso hasta una madrugada en la que ‘el CDCD’, agobiado por el calor, se levantó. Le extrañó no ver a su mujer en la cama, pero vio luz en el baño y pensó que estaba allá. Y salió al patio, a su lote grande. Un ‘te quiero, no me dejes, por favor’, dichos en una voz conocida, lo pusieron alerta. Avanzó y la luz de la luna le permitió ver a su mujer, entregada a la lujuria y al adulterio en brazos de José Arturo, justo allí, en los metros de tierra robados. Un intenso deseo de vomitar y un dolor insoportable en el brazo izquierdo le impidieron estrellarlos. Se detuvo a un centímetro de ellos y manoteó, pero cayó boca abajo en el terreno robado y ya no se levantó más. Regresó del hospital en silla de ruedas, sin habla y sin ninguna movilidad. Su esposa lo sacaba en las horas más calurosas a tomar fresco al lado de la cerca que con tanta maldad construyó.