- martes 28 de febrero de 2017 - 12:03 AM
Marcelo no miraba a las mayores de treinta, aunque estuvieran buenonas. ‘Yo no como viejas, para vejez es suficiente conmigo que ya cumplí 42', replicaba. A su trabajo llegó la hermosa Elviana, con un busto firme, alto y exuberante como el cerro Ancón, de nalgas redondas, respingadas y duras; estas suculencias las armonizaba con una cintura fina y sin nada de grasa, pese a sus años que ya coqueteaban con la década del cincuenta, tiempo más que suficiente para haber volado una vasta gama de manducos entre criollos y foráneos; la bella lo saludó desde el primer día y lo hizo con mucho cariño, lo que Marcelo interpretó como ‘a esa vieja le gusté', pero no se interesó en ella porque, aunque atractiva, ya se le notaba la edad y él estaba firme en que no comía viejas.
En esos días de desprecio hacia Elviana qu lo dejó su amor del alma, Suheidi, quien de la noche a la mañana lo cambió por un pelao con el que Marcelo no podía competir. La pena casi lo mata, pero como pasa siempre ante las penas del alma, el tiempo lo fue sanando y Marcelo no tuvo otra que ponerle pecho al sufrimiento, y así se fue, poquito a poquito hasta que un día se levantó buscando su comida, se bañó y empezó nuevamente a vivir. Del amor frustrado con Suheidi le quedó la necesidad constante de relacionarse con mujeres jóvenes, menores de 25 años, porque sentía que así renovaba su ya maltrecha juventud.