Compra de cupos

Los gritos de inconformidad se oyeron entre los que aguardaban con la esperanza de un cupo en la cooperativa
  • sábado 07 de enero de 2017 - 12:00 AM

Había una multitud en las afueras de la casa de Isabel, quien no había cedido a las súplicas de los socios del club Millonarios de Diciembre, y les dijo un no rotundo: No aceptaré más ser tesorera del club, y dejen la rogadera que no es no aquí y en Estambul y en Turquía y en todas partes. Este año iré como socia y les advierto que hoy mismo deben elegir a la tesorera, porque yo voy a viajar y necesito darle la inducción para que lleve los libros con la misma eficiencia que los llevé yo en estos últimos quince años.

Los gritos de inconformidad se oyeron entre los que aguardaban con la esperanza de un cupo en la cooperativa. La bulla de los pedidos, ‘no me dejen por fuera, tengo tres pelaos que todavía creen en Santa, mi cupo va porque yo muevo ese molino que da miedo, a mí me meten o digo por ahí lo que no debo', opacó la llegada de Ida y Sandra que se habían unido para ‘tomar las riendas del club'. Enseguida leyeron la lista de los socios y los que no fueron nombrados se amotinaron exigiendo su inclusión. Hubo empujones, manoteos y hasta una que otra zancadilla, y ni qué decir de la retahíla de palabras obscenas que generaron una cadena de discusiones que se quedaron en eso porque uno de los elegidos exigió que se eligiera una tesorera ‘producto de una votación'.

Las nominaciones se oyeron de inmediato, pero así mismo las tumbaban los otros, ‘tiene que ser alguien con carácter fuerte y que no le tiemblen ni la mano ni la voz para poner a los socios al día en los pagos'. ‘Yo misma soy', dijo Sandra, pero del grupo gritaron ‘la tesorera tiene que conocer desde su infancia la palabra honestidad'. Al marido de la voluntaria no le gustó que le dijeran tracalera a su mujer y se abrió paso enfrascarse en un cuerpo a cuerpo con el bocón, quien no se dejó aculillar y se le cuadró; le cayó también el amante de Ida, que era bueno con la mano, pero el rival había saltado mucha soga en la niñez y los despachó ayudado por los futuros socios que no querían a Sandra como encargada de custodiar los reales de todos.

A la algarabía se unió Isabel, quien pegó el grito al cielo cuando supo que su marido Luisón no estaba en el listado de los socios. Lo mandó a buscar con carácter de urgencia. De un bar del pueblo lo sacaron otros borrachos también cabreados por no estar en la lista de los socios. El hombre llegó envalentonado por el guaro y con la cédula en la mano derecha exigía que lo anotaran ya o correría la sangre. Uno de los que sí había sido inscrito, se le plantó para ofrecerle su cupo: ‘Dame veinte dólares y te vendo mi cupo, a mí no me interesa madrugar todos los domingos a moler maíz', le dijo y le extendió la mano en espera de los veinte panchos que Luisón sacó de un rincón de su cartera abultada de papeles viejos.

La compra y venta de los cupos para el club se disparó. Mujeres airadas se enfrascaron con los maridos que subastaban su cupo, y otras reprendían a los que querían pagar por aparecer en la lista. Las aspirantes a tesoreras intentaron poner orden, pero la muchedumbre estaba sedienta de guerra y no hubo manera de lograr el control de la situación, que se agravó cuando uno que no tenía cupo explotó unos cohetes y el terror se adueñó de una vecina, quien llamó a la Policía.

A la corregiduría fueron a parar todos, y cada uno recibió su multa por alteración del orden público. El club navideño pasó a la historia y Luisón y varios perdieron la plata invertida en la compra de cupos.

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