Coge, pa’ que veas que duele…
- viernes 14 de marzo de 2014 - 12:00 AM
Lina se había fajado duro toda haciendo tamales para agenciarse un dinerito y comprarle un regalo a Beto, su quinto marido, un individuo fortachón y de maneras toscas con quien tenía un pelao, Betito.
La sensual Lina era tan feliz que jamás recordaba a ninguno de sus cuatro exmaridos: Bienve, el primero de los cuatro esposos cachudos, la amó tanto que jamás le permitió acercarse a la estufa, cosa que a ella no le importó cuando se antojó de mandarlo a cambiar por Raúl, quien al igual que Bienve quedó tomando tranquilizantes para superar la tristeza y la vergüenza de la infidelidad y el abandono.
Igual suerte corrió Manolo, el tercer esposo, al que le caló demasiado la chamuscada, tanto que no podía estar a la intemperie al mediodía porque, según él, percibía nítido e inconfundible el olor a piel quemada.
Ramsés, el cuarto cachudo y el sustituto de Manolo, se enfermó cuando lo cambiaron por Beto, a tal grado que terminó preso, porque en el afán del desconsuelo golpeó a una vecina tan solo porque esta le hacía caritas a otro que no era su marido.
Pero ahora, pensaba Lina, por fin había encontrado a su papi, al hombre de su vida por los siglos de los siglos, por ese se enfrentó a la tamalada para comprarle a Beto las zapatillas que tanto quería.
No le alcanzó el dinero para la compra, pero echó mano del dinero del susú del vecindario y, ¡por fin!, pudo comprarle las zapatillas, idénticas a las que él, días atrás, se había quedado mirando en la vitrina de un almacén.
Pidió que se las envolvieran en papel dorado y que la dedicatoria fuera en color rojo sangre. ‘Aquí no envolvemos, señora’, le dijo el vendedor, a quien Lina insultó por la negativa amenazándolo con ir a la Acodeco.
Se calmó cuando vino el dueño y le ofreció unos dólares para el papel, el lazo y otras cositas que ella quisiera ponerle al regalo de Beto. ‘Vaya a la Central que por allí hay un par de forradoras de regalo, pero cuide bien su cartera’, le dijo el árabe.
‘¿Tienes papel dorado y pluma rojo sangre para escribir la dedicatoria?’, le preguntó de mala manera a la forradora, quien se acomodó su redecilla y pateó una caja, que enseguida recogió para sacar la plumilla del color solicitado. ‘Esto te cuesta un ‘dola’ más’, le advirtió. ‘No te preocupes por esa vaina que yo cargo plata, escribe rápido para Beto, de parte de su mujer que lo adora’. Con una caligrafía pésima la otra escribió sin quitar la boca de pato, para que Lina viera que ella estaba encorajinada.
Apenas le devolvieron las zapatillas forradas se alejó sonreída, feliz, con su hijo de la mano y el regalo en el regazo.
Fue en una calle muy transitada donde vio a Beto, que venía en compañía de una mujer, a la que traía abrazada. Fueron dos segundos de tiempo, pero dos horas de agonía para Lina, quien cerró la boca cuando los dos pasaron de largo frente a ella, que desesperada echó a correr tras ellos mientras lo llamaba a gritos. ‘¡Beto, mi amor, soy yo, Lina, ya te compré las zapatillas que tanto te gustaron, Beto, mi amor!’, fue lo único que pudo decir antes de que el taxi al que había subido la pareja se alejara favorecido por la luz verde.