Cadena de traiciones

Samantha tenía una vasta experiencia en poner cachos, su talento era tal que donde ponía el ojo ponía el amor desesperado en sus víctimas
  • miércoles 04 de enero de 2017 - 12:00 AM

Samantha tenía una vasta experiencia en poner cachos, su talento era tal que donde ponía el ojo ponía el amor desesperado en sus víctimas. Cuatro hombres guapos y buenos quedaron vueltos un desastre cuando ella los cambió por otro. A todos les sacó casa nueva y con ellas se quedó. La sensual Samantha era tan feliz que jamás recordaba a ninguno de sus exmaridos: Favio, el primero de los cuatro cachudos, la amó tanto que jamás le permitió acercarse a la estufa, cosa que a ella no le importó cuando se antojó de cambiarlo por Joaquín, quien al igual que Favio quedó tomando tranquilizantes para superar la tristeza de la infidelidad y el abandono. Igual suerte corrió Pablo, el tercero, quien no pudo volver a la playa, porque, según él, las olas despedían olor a alma quemada. Dimas, el cuarto y sustituto de Pablo, se enfermó cuando lo cambiaron por Giono, un antiguo amigo que estaba guardado y al que él visitaba a menudo y en compañía de Samantha para llevarle las cositas que aquel necesitaba. Dos visitas bastaron para que la bella se enamorara del presidiario y sacara de la vivienda a Dimas, quien se entregó a la desesperación y pasaba las horas gritando ‘la vida es tan cabrona que todo lo que haces te lo cobra con intereses'. Terminó preso por dañar un bar al recibir la noticia de que Samantha había vendido las tres casas de los ex y con ese dinero había sacado de la cárcel a Giono, quien ahora era dueño y señor de la vivienda que aún le descontaban a él. ‘Ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón', le dijo irónicamente el dueño del bar cuando Dimas le contó la razón de su llanto; eso lo enfureció y se desquitó con el mobiliario del local, a pesar de que el propietario sacó un arma y amenazaba con descargársela si no dejaba de tirar sillas y mesas. Desde allá le mandó un mensaje a Samantha anunciándole que tuviera cuidado con Giono, quien tenía gran trayectoria en infidelidad y que afuera había una esperándolo. ‘Es la mujer por la que él estaba preso, no te fíes, ten cuidado', decía el chat.

Pero Samantha estaba tan feliz que no le dio importancia al aviso, sentía que por fin había encontrado a su papi, al hombre de su vida por los siglos de los siglos, así que siguió viviendo feliz hasta que comprobó que la falta de plata mata cualquier sentimiento. Ya no tenía el alquiler de las casas, y Giono comía bastante y todo lo quería caro; ahora andaba antojado de un celular de lujo. ¡Tú no puedes fallarme, tú eres la sólida, la de oro, ese celular lo quiero antes de que pasen los cinco primeros días del año, oíste!, le gritó Giono malhumorado e indiferente a que Samantha casi no podía hablar ahogada en llanto.

Esa misma noche, ante la sorpresa de sus amigas, se puso a hacer unos tamales para reunir la plata del celular que quería el plagoso. Aunque los vecinos cooperaron con la tamalada, no le alcanzó el dinero para la compra, así que pensó en echar mano del dinero del susú del vecindario, pero no halló nada en el sitio donde habitualmente guardaba este fondo. No se atrevió ni a preguntarle a su marido, quien había salido a dar una vuelta. De la calle regresó con una mujer. ‘Mi prima Lucille, que vino de afuera y aún no ha encontrado apartamento', le dijo Giono y fue acomodando el equipaje que traía la supuesta pariente. ‘Prepárale algo, que ella tiene rato sin comer', le ordenó él a Samantha, quien salió sin decir adonde iba. Volvió antes de media hora con varios policías que sacaron a Giono y a la primita de la vivienda. Ambos le gritaron amenazas indecibles, y Samantha se quedó llorando las lágrimas de arrepentimiento que la vida le exigía derramar. Pasó una semana encerrada, quienes la vieron tras el suceso, dijeron que había envejecido veinte años.