Un baile brasileño

A Elvin le tocó rogar y prometer que se iría a la tumba sin volver a mirar un partido de fútbol, pero Mila no se lo perdonó y lo abandonó 
  • sábado 05 de julio de 2014 - 12:00 AM

Mila pasó más de una década de matrimonio desbocada y tirando guante para ‘espantar’ a las que se le pegaban a su Elvin, a quien solo ella, que lo miraba con los ojos del corazón, veía atractivo, pero ‘ese era el macho que la ponía a gozar’, motivo suficiente para enfrentarse contra el mundo si era preciso, menos dejárselo quitar.

Luego, su marido se aficionó al fútbol y la abandonó en la intimidad, pasaba las horas libres pegado al televisor.

‘No hay nada para nadie’, decía casi dormido. Solo de vez en cuando, los días en que la sed de guaro le ganaba la partida al deporte, le tocaba algo a la ardiente Mila, a quien el Mundial tenía en hambruna absoluta.

Su marido, que nunca había ido a Brasil ni tenía en sus planes visitar ese país, y que tampoco sabía decir una sola palabra en portugués, era fanático del equipo carioca, por lo que llevaba días celebrando el pase de sus muchachos, como los llamaba él, a cuartos de final.

Pasaba las horas examinando todas las probabilidades de que su equipo alzara la copa, veía sin parar todos los juegos de ese onceno, los volvía a ver y sacaba cuentas mientras a su mujer, a la que empezó a llamar ‘Pelotita’, la tenía abandonada. Desesperada, le rogó lo que por derecho le correspondía, pero el hombre estaba que no recibía ni transmitía.

Lo amenazó con irse y dejarlo para siempre. La iniciativa pareció tener efecto, aterrado por la idea de que le tocara arrimarse a la estufa, Elvin le propuso que se pusiera a tono con el ‘suceso’ del momento y que le diera una ayudita a su libido que estaba en cero.

‘Caliéntame con una dancita de Brasil, méteme un golazo, mami’, le pidió a Mila, que se fue veloz a tomar unas clases de bailes cariocas. De regreso se encontró con un vecino, que la reprendió duramente: ‘Usted todavía está bien buenona, vecina, busque afuera lo que ese babieco no le quiere dar’. Mila oyó, pero no escuchó, y entró a su hogar tirando pasos de samba, pura sensualidad frente a su marido que veía por enésima vez el partido en el que Brasil pasó a la siguiente etapa.

Quiso ella hacer un último esfuerzo y se encueró mientras meneaba su trasero abultado.

Le lanzó a la cara la prenda más íntima, pero su marido se la devolvió de un manotazo. ‘Coño, no me dejaste ver ese gol, el del triunfo’, gritó Elvin histérico. La bailarina solo pestañeó antes de arremeter contra el televisor. Cuando lo terminó de destruir ya su esposo estaba encima de ella golpeándola y reclamándole que le comprara otro enseguida.

Formaron una gritería que atrajo a los vecinos, a quienes les bailaron los ojos cuando les tocó liberar a Mila, que no recordaba que toda su abundancia estaba a flor de piel. Una vecina envidiosa la arropó apenas llegaron los tongos.

A Elvin le tocó luego rogar y prometer que se iría a la tumba sin volver a mirar un partido de fútbol, pero Mila no se lo perdonó y lo abandonó enseguida.