- domingo 19 de febrero de 2017 - 12:00 AM
‘Voy a comprar mis números, recuerda que los bajitos se acaban temprano', me dijo mi marido. Yo, que estaba en la frontera del sueño, oí sin escuchar, y seguí durmiendo. Parece que algo quedó chueco en mi memoria, porque me desperté dudosa de si lo que me había dicho Jaime era realidad o un sueño. Comprobé que era lo primero cuando fui a la cocina y allí hallé las evidencias del café colado.
Jaime era de los que los domingos amanecen en el quinto sueño, por eso me puse con mente fría a analizar la rareza de que se levantara de madrugada para ir a buscar números de lotería. Como en un desfile pasaron por mi mente dos mujeres, Fantina y Clotilde, las dos brujas que en el 2016 tuve que espantarle. La primera era una compañera de trabajo, a quien me enfrenté cara a cara luego de verla en el celular. ‘Ay, disculpe, señora, yo no sabía que Jaime era casado, él, aquí en el trabajo, pregona que es soltero', me dijo la infeliz esa, y yo le contesté: ‘Mira, no te hagas la inocente, cómo se te ocurre a ti que un cincuentón como Jaime va a estar soltero, no estás viendo que es casi un viejo con la cadera caída y la cabeza plateada, no hay duda de que todo lo que nos pasa a las mujeres bien merecido lo tenemos, nos gusta la mala vida'. Y saqué la mano para lavarle la cara a la atrevida, pero ella me agarró el brazo en el aire y me metió tres bofetones con mi propia mano. Quedé sembrada en el piso. Cuando salí de la sorpresa, ya Fantina no estaba, y como no vi nada más en el celular de mi hombre, la dejé en paz, aparte de que sabía que era de fiar, que no debía lanzarme a provocarla así por así. Con la tal Clotilde me enredé en un mano a mano que hizo bulla un mediodía sabatino cuando la esperé a la salida del trabajo de ella, que no me negó que andaba tirándose a mi marido, nos agarramos parejo, ella me daba una y yo se la devolvía hasta que vino un policía y nos separó. Ella se retiró de mi vida conyugal, al menos eso creo.
Tras estos recuerdos, salí a buscar a mi marido. Recorrí el centro comercial más cercano a mi casa. Ni pista de Jaime. Parecía una loca mostrándole el celular con la foto de Jaime a las personas mientras les preguntaba: ¿Lo ha visto por aquí? Varios tuvieron la gentileza de contestarme, otros solo me miraban incrédulos. Su celular sonaba apagado. Llamé a todos los familiares, a mis hijos y hasta a sus suegros, pero nadie lo había visto ni él los había llamado. Me fui, entonces, a la casa de Fantina, los celos me daban fuerza para enfrentarme a esa mujer que pegaba como si fuera macho. Me salió el marido de ella, que me intimidó más, un hombrote que me doblaba en tamaño y triplicaba o más mi peso ya fuera del ideal. Le pregunté tímidamente por Fantina. En tono que metía culillo me preguntó para qué la busca. ‘Es que le encargué unos productos, y los necesito para ya porque…', dije yo, pero aquel no me dejó terminar, me interrumpió para decirme de mala manera ‘de esa vaina yo no sé, cabreado estoy de decirle que deje de vender esas pendejadas, ella no necesita eso, llámela que ella salió y dijo que vendría tarde'. Tuve que llenarme de valentía para decirle que el celular se me había apagado y que no me sabía el número. ‘Aquí está, pero yo no tengo minutos, a la vuelta hay un teléfono público', me gritó y cerró la puerta.
Todo mi cuerpo se temblaba cuando marqué los ocho dígitos. ‘Aló, Fantina está bañando a mi abuela, habla el sobrino de ella', me contestó una voz masculina que reconocí enseguida. ‘Era mi marido'; le grité ‘Jaime, desgraciado'. Él cerró inmediatamente, y apagó el celular de su amante.