Mujeres borradas del arte: ¿Accidente o norma?

Ellas no hacen “arte de mujeres”, hacen arte.
Las artistas gunas enfrentan estos prejuicios.
  • 03/06/2025 00:00

Durante siglos a las mujeres se les asignó el papel de musas, modelos, nunca de autoras.

El arte no está hecho solo de colores ni de mármol. Está hecho de poder. Y ese poder casi nunca tuvo rostro de mujer.

La ausencia de obras de mujeres en los museos panameños no es un accidente ni una casualidad; es el resultado de siglos de exclusión y discriminación. ¿Ausencia de talento? No. Ausencia de acceso, reconocimiento y espacios. Las vitrinas no son neutrales: exhiben lo que el sistema valida.

En el arte, como en la historia, lo que no se nombra no existe. Y a las mujeres artistas no solo se les negó el nombre: se les negó el lugar. Mientras los grandes salones consagraban el genio masculino, ellas debían pintar en los márgenes, firmar con seudónimos o quedarse en casa “tejiendo”.

Lo femenino exiliado del arte “grande”

Durante siglos, a las mujeres se les asignó el papel de musas, modelos, inspiración, nunca de autoras. Se les dio un rincón y se les pidió silencio.

El bordado, la alfarería, el teñido natural fueron reducidos por el canon a “manualidades”. Y, sin embargo, contienen una memoria estética tan valiosa como cualquier escultura de mármol. Son gestos simbólicos, lenguajes visuales transmitidos de generación en generación, capaces de narrar cosmogonías, denunciar injusticias o simplemente sostener la belleza.

Papel clave del Ministerio de la Mujer

El Ministerio de la Mujer ha destinado recursos y diseñado proyectos para apoyar a las mujeres artesanas.

Este tipo de políticas responde a reflexiones como las de Linda Nochlin, historiadora del arte que en su ensayo emblemático “¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas?” (1971), desmanteló la idea de que la ausencia femenina en los museos era resultado de la falta de talento. Nochlin evidenció que, durante siglos, a las mujeres se les prohibió el acceso a la formación académica, a las academias de arte, al estudio del desnudo y a los circuitos de exposición. No era talento lo que faltaba: era estructura.

Y décadas antes, la artista y escritora Virginia Woolf ya había anticipado esta crítica en su ensayo “Una habitación propia” (1929), donde planteaba que para que una mujer escriba (o cree), necesita independencia económica y un espacio simbólico propio. Esa premisa sigue vigente en el mundo del arte: sin apoyo, sin legitimación, sin espacio, las mujeres artistas son condenadas al olvido.

Hoy, el Ministerio de la Mujer rompe con ese silencio. Cientos de mujeres artesanas han sido capacitadas para fortalecer su autonomía económica a través de sus oficios.

Cada mochila tejida, cada pieza de chaquira o jícara pintada, lleva consigo una cosmovisión, una técnica centenaria, una historia personal. Y, sin embargo, rara vez estas piezas entran a un museo. Se venden en ferias, se compran como recuerdos folclóricos, se encasillan como “artesanías”. Como si eso las hiciera menores.

El canon no fue inocente

El problema no es solo que las mujeres hayan sido excluidas, sino que esa exclusión fue sistemática. Cuando una mujer pintaba, se esperaba que hiciera flores; cuando esculpía, que hiciera lo pequeño, lo “delicado”. Y si se atrevía a pensar o incomodar, era tachada de irrelevante o, peor aún, de loca.

¿Por qué la obra de una bordadora Guna no está en la misma categoría que la de un escultor moderno? No es por falta de talento, sino por prejuicio institucional.

Cuando se habla de “arte femenino” como categoría, se corre el riesgo de volver a encasillar lo que intenta liberarse. Las mujeres no hacen arte “de mujeres”, hacen arte.

Lo que las vitrinas no muestran

En Panamá, aún falta una política cultural que reconozca estos saberes como patrimonio. Hace falta museo, archivo, curaduría crítica. Hace falta nombrar a las mujeres artistas del ayer y también a las de hoy, no como cuota, sino como parte esencial del relato nacional.

La norma debe arder, no para destruirlo todo, sino para fundar una mirada nueva. Una que no mida el arte por su precio en el mercado, sino por su capacidad de hacernos pensar, sentir y vivir. Y ahí, las mujeres siempre han estado, aunque las vitrinas no lo digan.

Porque el arte no necesita más permiso. Solo más verdad.

Steven De Los Ríos
Actor y columnista
En Panamá hace falta nombrar a las mujeres artistas del ayer y también a las de hoy, no como cuota, sino como parte esencial del relato nacional”.