Historia de las relaciones de Panamá con Los Estados Unidos
- 22/06/2025 00:00
Consecuencias y repercusiones del trato de Guadalupe Hidalgo II parte
El Tratado de Guadalupe Hidalgo tuvo profundas repercusiones políticas, económicas, sociales y culturales a largo plazo no solo a México, sino a toda Latinoamérica. La pérdida de más de la mitad del territorio mexicano representó un golpe devastador a la integridad nacional y a la consolidación de un Estado mexicano soberano (Meyer, 2006). Esta amputación geográfica intensificó un sentimiento colectivo de humillación e impotencia frente al expansionismo estadounidense, sentimiento que permanece vivo en la memoria histórica y en la retórica política contemporánea latinoamericana.
Las cláusulas de este Tratado reflejan la lógica de poder desigual que caracterizó la relación entre México y Estados Unidos en el siglo XIX. El Artículo V, que establece la cesión de vastas regiones del norte mexicano, no solo representó una mutilación territorial, sino también la materialización de una política expansionista legitimada mediante la fuerza militar y el discurso diplomático. Este acto encarna una forma temprana de neocolonialismo, en la que la voluntad del vencedor impone un nuevo orden geopolítico sobre el continente.
Asimismo, la determinación de la nueva frontera en el río Bravo —en lugar del río Nueces, que México consideraba su límite— institucionalizó una separación geográfica y simbólica que aún tiene repercusiones. La línea trazada no obedeció a razones geográficas ni socioculturales, sino a intereses estratégicos y militares, ignorando la diversidad de los pueblos que habitaban esos territorios.
Por otra parte, el Artículo VIII del tratado buscaba garantizar los derechos de los mexicanos que quedaron dentro del territorio anexionado por Estados Unidos, a fin de conservar sus propiedades y decidir si deseaban permanecer o retornar a México. Sin embargo, estas garantías fueron frecuentemente violadas. La población mexicana fue objeto de discriminación, despojo de tierras y marginación, lo que configuró un patrón de exclusión estructural que persiste hasta nuestros días. Como lo señala Gonzales (2000), muchas de las promesas del tratado quedaron en letra muerta frente al avance del racismo y del nacionalismo anglosajón en los nuevos estados fronterizos.
Estas disposiciones, más allá de su formalidad jurídica, deben entenderse como testimonios de una época marcada por la desigualdad estructural y la instrumentalización del derecho internacional como mecanismo de dominación. En este sentido, el Tratado de Guadalupe Hidalgo no puede leerse únicamente como un acuerdo de paz entre dos naciones, sino como el desenlace de una guerra de conquista cuyas consecuencias —territoriales, demográficas, identitarias y políticas— continúan resonando en el presente.
A nivel interno, el tratado agudizó las divisiones políticas en México. Mientras algunos sectores lo justificaron como una salida inevitable ante la derrota militar, otros lo consideraron un acto de traición a la patria. Esta polarización debilitó aún más a un Estado en formación, afectado por la inestabilidad, las pugnas internas y la fragilidad institucional (Vázquez, 1997). Las secuelas de la guerra contribuyeron a perpetuar un ciclo de intervenciones extranjeras, rebeliones regionales y gobiernos efímeros que obstaculizaron la consolidación nacional durante el resto del siglo XIX.
En contraste, para Estados Unidos el tratado significó una victoria estratégica. La expansión hacia el Pacífico fortaleció la ideología del Destino Manifiesto y abrió nuevas rutas para el comercio, la migración y la explotación de recursos, como evidenció el auge de la minería tras el hallazgo de oro en California en 1848 (Stephanson, 1995). Esta expansión territorial resultó fundamental para la consolidación del capitalismo estadounidense y para sentar las bases de su futura hegemonía global.
En fin, el Tratado de Guadalupe Hidalgo no solo redibujó el mapa de América del Norte, sino que dio origen a una relación profundamente asimétrica entre México y Estados Unidos, caracterizada por el desequilibrio político, económico y militar, que influiría en la firma de tratados posteriores en América Latina, en las dinámicas migratorias, en los modelos de desarrollo regional y en la percepción mutua entre ambas sociedades (Téllez, 2003). Precisamente, este fenómeno histórico de expansión territorial estadounidense sigue manifestándose hoy en nuevas formas de dominación estructural y dependencia política y económica.
Hasta hoy, sigue el Destino Manifiesto de Monroe copiado por Donald Trump instrumento de dominio contra la raza latina. Cambiaron a los filibusteros de Walker y diseñaron un nuevo orden racista. Tus ofensas al latino, al mojado, al indocumentado, migrante, al hijo del padre Azteca, ya lo veraz algún día gringo sajón sentirás el golpe del gran hijo del Sol.