Historia de las relaciones con los Estados Unidos : Invasión de Estados Unidos a México
- 15/06/2025 00:00
Antecedentes del Tratado de Guadalupe Hidalgo I parte
La historia de América del Norte durante los siglos XVIII y XIX estuvo marcada por intensos procesos de expansión territorial, en los cuales dos naciones emergentes —Estados Unidos y México— siguieron caminos que, aunque distintos en sus orígenes, coincidieron en el conflicto por la tierra y el poder.
La fundación de Estados Unidos a partir de las Trece Colonias británicas sentó las bases de una nación cuya política de crecimiento se cimentó en la adquisición, compra y, en no pocos casos, el despojo violento de nuevos territorios. Este proceso implicó no solo la expansión sobre tierras “vacías”, sino el desalojo y aniquilación de pueblos originarios, cuyas culturas milenarias fueron reducidas a la marginalidad.
México, por su parte, nació sobre las ruinas de la civilización azteca, heredando un vasto y complejo territorio al independizarse en 1821. El nuevo Estado enfrentaba grandes retos para consolidar su soberanía, mientras que al norte, Estados Unidos se consolidaba como una potencia emergente, movida por la ideología del Destino Manifiesto, que justificaba la expansión territorial como una misión providencial. Esta creencia impulsó una política exterior agresiva, que encontraba justificación ideológica en la Doctrina Monroe (1823) y práctica en acciones como la compra de Luisiana en 1803 y la obtención de Florida a través del Tratado Adams-Onís en 1819.
Uno de los episodios más relevantes en esta política fue el creciente interés estadounidense por Texas. Tras la independencia mexicana, el gobierno de Washington envió a Joel Roberts Poinsett como representante diplomático con el objetivo de establecer límites fronterizos. Pero más allá de lo formal, su presencia evidenció el interés de anexar territorios del norte mexicano. Colonos estadounidenses comenzaron a asentarse en Texas, a veces con autorización, pero muchas otras por medio de la ocupación directa. Esta expansión demográfica pronto se transformó en una ocupación política, que culminó con la declaración de independencia de Texas en 1836, tras una serie de tensiones con el gobierno central mexicano.
La situación se tornó aún más crítica cuando, en 1845, Estados Unidos anexó oficialmente a Texas como uno de sus estados, lo que México consideró un acto hostil. Las tensiones escalaron hasta convertirse en un conflicto abierto en 1846, cuando tropas estadounidenses cruzaron el río Nueces, que México consideraba su frontera legítima, y penetraron en territorio mexicano. El presidente James K. Polk intentó primero una solución diplomática mediante la compra del territorio en disputa, pero ante la negativa mexicana, optó por la vía armada. El Congreso estadounidense autorizó la declaración de guerra el 13 de mayo de 1846.
El conflicto armado se extendió desde el norte hasta el corazón del país. Tropas estadounidenses desembarcaron en Veracruz y avanzaron hasta ocupar la Ciudad de México. A pesar de la resistencia ofrecida por el ejército mexicano, el poderío militar estadounidense resultó abrumador. La guerra concluyó con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, el 2 de febrero de 1848.
Mediante este tratado, México cedió más de la mitad de su territorio: los actuales estados de California, Arizona, Nuevo México, Texas, Nevada, Utah y partes de Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma. Asimismo, renunció a cualquier reclamo sobre Texas y aceptó establecer la nueva frontera en el río Bravo. A cambio, Estados Unidos se comprometió a pagar 15 millones de dólares como compensación por los daños de la guerra.
El Tratado de Guadalupe Hidalgo marcó un punto de inflexión en la historia continental. No solo redefinió el mapa político de América del Norte, sino que dejó profundas cicatrices en la memoria histórica de México. El proceso que condujo a este tratado revela una dinámica de poder profundamente desigual entre ambas naciones, donde la expansión estadounidense se impuso por la fuerza, bajo el amparo de una ideología justificadora.
La pérdida territorial no solo significó una amputación geográfica, sino también un golpe a la soberanía y dignidad nacional mexicanas, cuyos efectos se sienten aún en la configuración geopolítica y en la relación bilateral actual de los presidentes DonaldTrump y Claudia Sheinbaum.