Nacionalismo
- 13/11/2025 00:00
Eso es el nacionalismo: la sensación de que ese “vestirse de patria” no es solo ritual, sino reivindicación.
Por: José M. Tulier
Este mes de noviembre los panameños se visten de patria, las actividades iniciaron en algunos de los casos con las siembras de banderas, luego le siguieron las fechas del 2 de noviembre, que a pesar de no ser propiamente un acontecimiento patriótico, este es aprovechado para recordar a nuestros próceres, luego vino el 3 de noviembre, día en que Panamá se separó de Colombia, luego en el medio se celebran otras igual de importantes en el contexto del mes, pero este cierra con el 28 de noviembre, aquella fecha histórica acompañada con el 10 de noviembre, cuando se dio el grito de independencia en la heroica Villa de Los Santos, que fue la ante sala de la independencia de Panamá de España.
Estas fechas hacen que el panameño se vista como ya dije de patria y es ahí donde viene lo que en el resto del año se respira, pero digamos que en este mes se concentra y se externaliza en su máxima expresión, eso es el nacionalismo, y la RAE, lo define como: “Poder supremo e ilimitado, tradicionalmente atribuido a la nación, al pueblo o al Estado, para establecer su constitución y adoptar las decisiones políticas fundamentales tanto en el ámbito interno como en el plano internacional”.
Eso es el nacionalismo: la sensación de que ese “vestirse de patria” no es solo ritual, sino reivindicación. La Real Academia lo resume diciendo que la nación posee “el poder supremo e ilimitado” para decidir su propio rumbo, sin tutelas externas. Cada bandera que se planta, cada verso que recuerda a los próceres y cada cohetillo que estalla el 3, el 10 o el 28 es, en esencia, Panamá ejerciendo ese derecho en voz alta: somos nosotros (y nadie más) quienes fijamos nuestras reglas, nuestra historia y nuestro porvenir.
En conclusión: noviembre nos recuerda que el nacionalismo panameño no es desfile ni cohetillo, sino la afirmación de que la soberanía (ese “poder supremo e ilimitado” que la RAE atribuye a la nación) reside en el pueblo.
Hoy, cuando un presidente extranjero reclama el Canal, cuando el propio Ejecutivo criminaliza la protesta y toca la autonomía universitaria, estamos viendo justamente lo que nuestras fiestas patrias celebran: la necesidad de defender la última frontera que nos queda, la de decidir por nosotros mismos.
Por eso las banderas que se plantan este mes no pueden quedar guardadas el primero de diciembre: son el aviso de que la independencia conquistada en 1821, luego en plenitud en 1903 y la soberanía total recuperada en 1977 no son un trámite del pasado, sino una tarea de cada día. Si permitimos que se nos diga a quién le pertenece el Canal, cómo y cuándo podemos alzar la voz, o quién manda en las aulas, estaremos desconociendo el verdadero sentido de esas fechas que ahora coreamos a voz en cuello.
El grito de La Villa debe seguir vivo cada vez que la nación, el pueblo o la universidad se vean amenazados; solo así el nacionalismo dejará de ser un mes de nostalgia para convertirse en el año entero de vigilancia activa.
Novelista y poeta