La República gangrenada

  • 15/10/2025 00:00

Lo público y lo privado duermen en la misma cama desde hace décadas. En la edificación de Punta Mala, ¿qué clavo es público y cuál privado? No se distingue la sábana del Estado de la almohada personal. La corrupción dejó de ser delito para convertirse en cultura, y la impunidad —amante fiel del poder— goza de mejor salud que nunca. Y la Asamblea la mangonea. Desde el cuchitril VIP.

No se gobierna: se administra el botín. Leyes ni castigan a los corruptos; ellos las redactan. Cuando alguna protege el bien común, enseguida aparece un diputado fiel a la impunidad para desarmarla con un tecnicismo. No se aprueban leyes para proteger al ciudadano, sino para blindar al malandrín con fuero, conmutación o convenio de colaboración. En esta época de caos, rentable no es servir a la patria, sino servirse de ella. Si te ensucian, de carambola, podrás arroparte a sus anchas con tu versión del debido proceso.

Matar una iguana o robar una gallina puede costar la cárcel o el escarnio público. Pero despilfarrar millones del erario o embolsárselos es, en cambio, motivo de aplauso, de abrazo, de candidatura...más allá del Parlacen. La justicia —esa dama sin venda, pero con gafas de sol— aplaude la habilidad del que roba “sin dejar huella”, y la población, por su parte, aplaude al ladrón que “reparte algo”. Así se degrada una nación: a ritmo de migajas.

Diferente aquel general francés que trataba el dinero público como cosa sagrada. Charles de Gaulle, presidente de una verdadera república, prohibía que el Estado pagara un solo gasto personal. Su esposa, Yvonne, anotaba en un cuaderno hasta la barra para enjabonarse -no pastilla de motel-. Cada mes remitía un cheque al Tesoro. Cuando el contable oficial la disuadió, ella respondió con una lección que en el Istmo sonaría a pendejada:

“Señor, todo lo que no es público es privado, y lo que es privado, lo pagamos nosotros”.

De luces y sombras, De Gaulle murió sin fortuna. En el reino de la impunidad, en San Felipe, en Ancón, en Calidonia se piensa, se verbaliza y se balbucea a lo Bunny: “Viejo pendejo”.