Columnas

Generaciones del futuro a la deriva

  • 18/03/2025 00:00

Hacia el logro de un construir un destino común, la sociedad permanentemente evoluciona. En ese proceso, la educación integral de nuestras futuras generaciones es un compromiso reservado al Estado, para que las generaciones adultas “se hagan a un lado”, y que las más jóvenes dirijan las riendas de país.

No se puede negar que hay un aparente interés estatal de cumplir con ese deber constitucional. De esto nos habla la construcción de escuelas y colegios con su modernos equipamiento, el aumento de la cantidad de docentes junto a grandes esfuerzos de su capacitación, para atender a una población de estudiantes que crece a gran velocidad.

Sin embargo, los resultados revelan el bajo nivel educativo que la mediana de nuestros estudiantes exhiben, problema que ha sido abordado en congresos y mesas de trabajo, sin avances significativos. La tradicional enseñanza enciclopédica sigue marcando la pauta, la que para las exigencias del presente se muestra ineficaz, por impedir que el estudiante descubra la visión individual y colectiva de sí mismo, ni de la sociedad ni del mundo en la que vive.

El conocimiento por sí mismo, no satisface la necesidad de educarse. Si la educación no ofrece estímulos para la superación intelectual y el crecimiento personal, su función queda reducida a expedir certificados que constatan únicamente que el estudiante aprobó los conocimientos que recibió.

Según los patrones educativos vigentes, la educación es incompatible con la política, sin considerar que debate político es una herramienta fundamental en el fomento del pensamiento crítico. La mejor educación será aquella que preparar al estudiante para la toma de decisiones correctas, y a asumir las consecuencias de sus errores.

El educarles para ser un buen ciudadano y para actuar como tal, nos garantiza una generación presta para los grandes desafíos nacionales de sus tiempos. En sentido contrario, “la mala” educación sólo producirá ciudadanos indiferentes, esos que no medirán las consecuencias para lograr sus “triunfo”.

Nada se resuelve repartiendo culpas. No se necesita gozar del don de la profecía para predecir con preocupación, que la educación que hoy se imparte, condena a nuestra generaciones a un futuro lleno de incertidumbre y desesperanza.