Desenfoque

  • 12/12/2025 00:00

El periodismo panameño enfrenta un punto de inflexión, donde las diferentes corrientes informativas establecen un espacio sin retorno a la cordura y a la ética. Una nueva era donde no existe técnica ni metodología alguna, sino estilos y formas adaptadas a las ligeras exigencias de la sociedad en su conjunto.

Las redes sociales le dieron voz a quiénes no la tenían y se constituyó en una herramienta de libertad y democracia, por lo que no pueden ni deben ser responsabilizadas de la anarquía creada a partir del desplazamiento de los medios de comunicación tradicionales por la era de los medios digitales.

El poder acumulado por el control económico de los medios de comunicación tradicionales, creó un sistema que profundizó la brecha social y contribuyó a la desigualdad, produciendo un grito metafórico reprimido por décadas, plagado de injusticias y de falta de acceso a la verdad.

El equilibrio contractual de un contrato social desfasado que no aportaba ni a la democracia ni tampoco a la realidad económica de la gente, terminó poniendo en manos de pillos, millones de cuentas de redes sociales que se hacen pasar por medios de comunicación digitales, producto de la falta de regulación y del escaso criterio por parte de la población, que vio como positivo los beneficios de esta comunicación masiva, aceptando a su vez, los vicios colaterales que implica.

Panamá por ser un país pequeño, se hace inconcebible que se haya permitido como sociedad, el nivel de manipulación y de intromisión de estas cuestas de redes sociales piratas, no solo en el plano político, sino que las mismas hayan penetrado el sistema judicial para crear asociaciones delictivas con el fin de extorsionar a personas y a empresas.

Cuando la gente pierde confianza en la información que reciben, se genera una situación de incredulidad, creando un caos social debido a la ausencia de criterio, ante la imposibilidad de contrastar la verdad. Es allí cuando se nubla el horizonte y se pierde el concepto del deber ser.