Cuando los judíos mueren y la izquierda guarda silencio

Miliciano se lleva a un joven en el festival de músicade Reim, que tuvo lugar el 7 de octubre de 2023.
  • 07/10/2025 00:00

Por: Jahath Caballero

El 7 de octubre de 2023 Israel vivió uno de los ataques más dolorosos de su historia. Hamás lanzó millas de cohetes al amanecer y, al mismo tiempo, cientos de sus hombres cruzaron la frontera. Entraron en kibutz, en pueblos y en bases militares. Asesinaron familias enteras, secuestraron civiles, atacaron un festival de música y se llevaron rehenes a Gaza. Fue un día oscuro.

El Estado judío resultó herido, pero también despertó una fuerza de unidad. La guerra entre Israel y Hamás comenzó aquel 7 de octubre y desde entonces nada volvió a ser igual. Fue un ataque terrorista sin precedentes que abrió una nueva etapa en el conflicto. Para algunos fue genocidio, para otros, legítima defensa. Lo cierto es que miles murieron en cuestión de horas y el mundo quedó dividido. También surgieron teorías que acusaban a Israel de haber permitido el ataque, aunque sin pruebas.

Hamás planificó el asalto durante años y lo ejecutó con una estrategia múltiple: cohetes, incursiones y secuestros. Mujeres, niños y ancianos fueron arrastrados a Gaza en un intento de sembrar terror. No fue una guerra convencional, sino un acto de terrorismo masivo que obligó a Israel a responder con toda su fuerza.

Los antecedentes eran claros. Hamás llevaba tiempo acumulando armas y construyendo túneles con ayuda de Irán. El bloqueo a Gaza no impidió que se desviaran los recursos destinados a la población. Israel permitía el paso de bienes básicos, pero esos materiales terminaban en manos de la organización terrorista. El objetivo siempre fue el mismo: destruir a Israel. La comunidad internacional lo sabía, pero muchos prefirieron mirar a otro lado.

La respuesta fue inmediata. El gobierno declaró el estado de guerra, movilizó a sus reservistas y bombardeó túneles, centros de mando y arsenales. El objetivo: destruir la infraestructura terrorista y rescatar a los rehenes. Israel entendió que no podía permitir otra masacre. La guerra que siguió fue dura. Gaza sufrió bombardeos constantes. Israel advirtió a los civiles que abandonan zonas militares, pero Hamás utilizó hospitales, escuelas y mezquitas como escudos. Cada ataque generó condenas internacionales. Uno de los más críticos fue España, que en su polarizada política interna convirtió la guerra en motivo de disputa.

Desde ese día, las relaciones con Israel cambiaron. España condena de forma constante los bombardeos, pero guarda silencio sobre Hamás. Tampoco menciona el trasfondo del conflicto ni la manipulación de la población de Gaza. Así, muchos gobiernos de izquierda presentan a los palestinos como víctimas absolutas, ignorando el terrorismo que los rodea. Esa omisión no es neutral: legítima, en forma directa, la violencia.

La diplomacia intentó abrir espacios. Catar y Egipto mediaron treguas que permitieron liberar a algunos rehenes, en su mayoría mujeres y niños. Cada entrega fue celebrada, pero también dejó un vacío por los que permanecían en Gaza. Hoy, aún hay rehenes retenidos, una herida abierta que recuerda la brutalidad del ataque.

El 7 de octubre cambió la percepción de seguridad en Israel. Mostró que Hamás no busca acuerdos ni soluciones políticas, sino la destrucción total. Ante eso, la respuesta debía ser con firmeza y unidad. Israel no lucha solo por sus fronteras: lucha por su derecho a existir como la única democracia judía del mundo.

El ataque quedará grabado como una tragedia inmensa, pero también como un recordatorio de que el pueblo judío no se rendirá jamás. Israel lloró, pero se levantó. Y en esa decisión de levantarse reside su mayor victoria.