Guillermo Dávila: Las confesiones del cantante venezolano en Panamá
- 24/07/2025 00:00
Escuchar el nombre Guillermo Dávila (marzo 1955) es escuchar, con ritmo, “me pongo a pintarte y no lo consigo”. Es recordar las novelas venezolanas, el romance y las baladas. El artista se presenta hoy en las Islas de Atlapa en un concierto a beneficio de la Fundación Amigos del Niño con Leucemia y Cáncer (Fanlyc).
Antes de subir a tarima, conversa con este medio sobre su infancia, su música y la situación de la tierra que lo vio nacer: su amada Venezuela.
Fue algo lleno de magia, de oro. De cosas preciosas, como todas las infancias de los seres humanos. Pero la mía la veo como una infancia especial, única, porque es la que conozco. Tanto así que estoy desarrollando un libro social, político, económico, cultural... toda una historia. No es una biografía; sin embargo, hablo un poco de mi infancia. Allí cuento sobre esos juegos de metras, el fútbol, el béisbol que disfrutaba cuando era niño, mis encuentros con artistas de distintos niveles, creativos y escritores como Chelique Sarabia.
¡Qué difícil! Cuando uno se levanta en el mundo del teatro, siempre está cerca tanto de la actuación como de la música. A mí se me apareció la Virgen porque podía hacer ambas cosas. Comencé en televisión, en telenovelas, pero luego surgió la música. Me pusieron a cantar el tema de una novela llamada Ligia Elena, que fue muy controversial en Venezuela y también pasó por muchos países de Latinoamérica.
Mi mamá fue quien propició ese contacto con el arte. Y mi papá era más directo, el mecánico, práctico. Mi mamá me impulsaba con ideas y mi papá me regaló mi primer caballete porque yo pintaba las paredes del baño. Mi mamá decía: ‘¡Está destrozando el baño!’. Entonces mi papá me compró un caballete y un lienzo. En esa época, ella puso a mi hermana en clases de piano y a mí me regaló un cuatro. Esa historia también aparece en el libro... hasta que terminó rompiendo el cuatro de tanto que la molesté (risas).
Siempre. El romance puede ser hacia una mujer, también puede ser hacia una historia, hacia una causa social o política sin caer en lo panfletario. Puede haber cosas con las que uno esté de acuerdo o no, pero siempre con amor, siempre romántico.
Me gustaría que Venezuela recuperara los principios y valores de cuando yo era niño. No era perfecta, claro que no, ningún país lo es. Aunque en aquel tiempo había diferencias y existía la sinvergüenzura, la corrupción; era un país feliz. Hoy, unos dicen que el país es de ellos, otros que se los han robado. Déjenme decirles que no es ni de uno ni de otros; es de todos nosotros.
A veces me despierto con el iPad en el pecho porque me quedé dormido corrigiendo el libro. Lo primero es ir al baño, luego me lavo la cara y me preparo un café... ahora sin cafeína. No es tan sabroso como el de antes, pero me da tranquilidad. Tomo mucho café cuando estoy componiendo, escribiendo o preparando un concierto. Aunque no lo parezca, mi día puede ser muy delicado. La soledad es fuerte. Vivo solo, y mi contacto es más con mi equipo de trabajo. A veces, amistades de Venezuela me escriben por internet: ‘Siglos sin saber de ti’. La nostalgia pega duro. Aun así, agradezco estar aquí y seguir un tiempito más.