Llevaban semanas soñando con una escapadita sexual a la playa

  • 24/09/2025 00:00

Ella lo miró desde la hamaca, mientras el sol comenzaba a hundirse en el horizonte. El cielo de la playa estaba pintado de naranja y coral, y la brisa marina acariciaba su piel morena Llevaban semanas soñando con ese escape — lejos del tráfico, del ruido de la ciudad. Solo ellos dos. Y el mar.

Él salió de la cabañita de madera con dos pintas frías en la mano. Tenía la camisa abierta, los botones sin ganas de cerrarse, y la mirada fija en ella como si el mundo se le hubiera detenido ahí mismo.

—¿Estás bien, mami? —le preguntó, pasándole una cerveza fría.

Ella asintió con una sonrisa pícara.

—. Estoy mejor que bien... y tú sabes por qué vinimos, ¿no?

No necesitó más. Se acercó, se sentó detrás de ella en la hamaca grande, y la rodeó con los brazos. Su piel aún tenía sal del mar, y el sol la había dorado más. Él apoyó los labios en su cuello, dejándole un beso apenas húmedo, como quien no quiere que el instante acabe.

—Te extrañaba sin distracciones —le susurró él al oído, dejando que sus dedos pasearan por su cintura.

Ella cerró los ojos, se dejó llevar por el calor de su cuerpo, por el sonido de las olas que rompían a pocos metros. Se giró un poco y lo besó. Lento. Con esa intención que no necesita palabras. Las cervezas quedaron olvidadas. El mundo, también.

Él la levantó en brazos —no con apuro, sino como quien sabe que tiene toda la noche por delante— y entraron a la cabañita. Afuera, la playa se iba quedando sola, y la brisa nocturna comenzaba a cantar su propia canción. Adentro, solo quedaban los suspiros, el roce de piel contra piel, y el sonido suave de dos cuerpos que se volvieron a encontrar lejos de todo.

Justo como lo habían soñado.

Planear un escape con tu media naranja o amante, puede revivir las llamas de ese amor que se está apagando, sobre todo lejos de la ciudad, del bullicio y de las miradas de la gente.